lunes, 30 de enero de 2012

Del mito o del entendimiento de la Fe

El hombre de Vitrubio
     A menudo nos encontramos en nuestra vida en situaciones particulares, difíciles y crueles que hacen nos planteemos cosas que nunca antes habían estado en nuestra cabeza. El ser humano entiende su grandeza, y es conocedor de qué papel juega él en el mundo y en la vida. Posiblemente crea que es un ser maravilloso, único e inteligente. ¿Es esto cierto?... Pueda ser, ciertamente.



     El hecho de presentar en su mano un pulgar abatible es algo increíble. Ha conseguido fabricar herramientas en toda la historia con precisión y trabajo, ha podido levantar edificios majestuosos, e incluso ha logrado amar con sus manos (abrazar, acariciar o curar). Pero es, en verdad, el hecho de poder sentir, esto es, tener emociones y sentimientos propios lo que le hace más grande todavía. Ser feliz o infeliz, estar triste o contento, sufrir o disfrutar, vivir o morir, amar o descansar,... son cualidades y capacidades humanas únicas.

La Escuela de Atenas, de Rafael
     El hombre y la mujer son singulares en el mundo. Eso es un hecho, y ahí es donde radica nuestra idea. No podemos entender nuestra singularidad y unidad sin algo más... Siempre hay algo más. El ser humano es único en su sociedad y en su mundo, y es eso lo que a la vez le hace similar a los suyos, idéntico a ellos: la mortalidad. Hemos vivido en la creencia, en el pensamiento de alguien más, diferente a nosotros en casi todo. Esto era un hecho en los albores de la humanidad, cuando la única manera de entender el entorno del hombre era mediante la creencia en algo diferente a nosotros. Algo que sufragase nuestras incertidumbres. El elemento clave que les explicara por qué la marea subía con la luna llena, o el por qué de las tormentas, el por qué de la muerte, el por qué del fuego y el amor, y el por qué del misterio humano de la vida.

La creación de Adán, Miguel Ángel
     Esos dioses y creencias les tranquilizaban en su devenir vital: nacimiento, vida y muerte. ¿Cómo explicar esos tres momentos? ¿de qué forma explicar el nacimiento del vientre materno y la descomposición orgánica de nuestro cuerpo con la muerte? Su mitología creaba una situación razonable y real, no ficticia ni imaginativa, que les explicaba todo lo que necesitaban en cada momento de su existencia. Y esa mitología venía determinada por un factor inalienable e innato a él: la fe. Es el instrumento que nos explica en el mundo. El ser humano es insustancial sin la fe. Y así ha sido en toda su historia, en todas las civilizaciones. Dios Cristo o Dios Alá son solo la propia metafísica incorruptible del hombre, la esencia innata de su yo mismo. No entiendo mi  yo sin algo más, algo por encima de mí. Por que mi yo es igual al yo de mis amigo, al yo de mi familia, al yo de mis alumnos o al yo de mis compañeros de trabajo. Somos yo idénticos sustancialmente, que solo pueden ser asimilados en un ser supremo (Dios) que nos ratifique en un universo ausente, desconocido y solitario. O por lo menos un universo más humanizado, en el que nuestra minúscula e insignificante existencia tenga sentido.

Noche estrellada, de Vincent Van Gogh
     Gracias a ese Dios, a esa fe, nos orientamos y desarrollamos en la vida. Pero la fe no es igual en todos y para todos. La fe es distinta en un hombre haitiano, donde su supervivencia está limitada por el desastre económico y político de su país; y la fe de una mujer europea, con dinero, trabajo y alguna propiedad, donde no le falta de nada, salvo la fe. Hay una pequeña salvedad, a mi modo de ver, en la que la fe también se presenta en éste segundo tipo de gente, aunque casi siempre viene determinada por una tradición familiar anterior. Esto significa que, posiblemente, naciendo en un núcleo familiar en el que no se ha contemplado la fe, dificilmente cualquier miembro de esa unidad doméstica pueda buscar ese camino espiritual.

     Creer o no creer es la base intrínseca del ser humano. Le identifica a él, su yo, dentro del nosotros general, colectivo, que le reodea cada día y convive con él. Entender la fe, a mi modo de ver, solo supone aprobar que somos una minúscula partícula en un universo complejo y desconocido del que formamos parte, y en el que nuestra inteligencia y razonamiento no pueden resistirse solamente a él. La fe, contemplada históricamente, ha sido el pilar básico de la humanidad. Es la manera de entender nuestra existencia en un seno espiritual. No logramos entender nuestra esencia sin la concepción de un ser supremo y superior por encima nuestro.

Mujer de la ventana, Salvador Dalí
     Realmente es una falacia todo esto cuando hablamos del presente. Un día a día precoz, racional y solitario en el que la fe tiene lugar en algunos pocos corazones marginados y únicos. La evolución cultural humana se ha detenido, y con ella la fe se ha estancado en arenas movedizas. No puede mover su cuerpo, y nadie es capaz de arrojarle cuerdas para salvarse. Y cada vez se ahoga más y más, hasta el día que el barro la atragante y la sepulte por completo. Desde el frente, la tecnología se ríe con vehemencia, sabiendo que puede salvarla, aunque nadie hace nada, y a nadie le importa. Y es que cada una ha ido por su lado. ¡Puede que por la mala gestión de las instituciones culturales de nuestro mundo! ¡O puede que por el agotamiento humano!

San Juan Bautista, Leonardo da Vinci
      Parece ser que solo el miedo a la muerte, a la enfermedad o al fracaso nos acerca irresistible e irremediablemente a la fe y a cualquier dios. La sociedad de masas, de nuevas de tecnologías, de la comunicación,... son necedades que intentan justificar y hacernos creer que la verdad está siempre ahí, delante nuestro... ¡pero es falso!. Qué fácil sería, ¡no!, encontrar la verdad humana delante nuestro, tan cerca. Pero quiero que no sea así, pues prefiero que queden muchas incertidumbres para crecer y madurar. Nos valemos de nosotros mismos, entes autonómas, libres e independientes para vivir y sobrevivir. La fe es inútil entonces. No la necesitamos. ¡Quizás cuando el ser humano esté en extinción! ¡Quizás en el día del Har-Magedón! ¡Quizás cuando estemos a punto de morir estampados contra una montaña y acabar en la cuneta! Quizás, lamentablemente, ese día el hombre vuelva a creer... Vuelva a tener fe...






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