En las revoluciones liberales del siglo XIX, sólo habían ciudadanos; y no ciudadanas. El ciudadano era un individuo independiente jurídicamente, amo de sí mismo y con capacidad de actuar responsablemente, según Rousseau. Este modelo crearía un Código Civil basado en la autoridad del padre (cabeza de familia) y la obediencia de la mujer y los hijos.
Este modelo estructuró el pensamiento contemporáneo en las relaciones hombre-mujer. Y así, se creó un discusro misógino en clave pública y política para la mujer. Se consideraba a la mujer
diferente por razones religiosas, naturales, divinas, físicas,...; pero además de diferente,
inferior al hombre. La mujer se veía excluida de la esfera pública-laboral y de la realidad social. Era el nuevo modelo de la mujer doméstica, encargada de realizar las labores de casa, estar en la esfera privada, cuidar a los niños y amar al marido.
Surgían dos espacios bien diferenciados: público y privado. Pero... ¿fue una división de esferas real? No, fue una especie de
engaño, de trampa,... una
división sexualizada del espacio. El espacio público era el del hombre, el del
yo individual. Y el espacio privado, el de la mujer, el doméstico, el de la casa y el de la maternidad. Ese
yo individual era el elemento que estructuraba la jerarquía social, era el núcleo principal, pero sólo en clave masculina, al igual que el de ciudadano. Era el hombre civilizado, que controlaba todo desde una posición de superioridad. Entonces, ¿qué le quedaba a la mujer? Le quedaba la sumisión y la inferioridad.
Era el
contrato social. Pero todo contrato tiene un precio que pagar: el hombre no tendría sentimientos en el ámbito público, pero sí en el privado con su mujer. Era el
hombre civilizado autocontenido; que poseía la razón, la fuerza, el dominio y el control. La mujer, por otra parte, se identificaba con el ámbito de la naturaleza, la reproducción, la casa, lo doméstico,... La mujer se convertía en la
musa de la razón, pero sin poder utilizarla. Ella era la madre cívica, la madre de la patria y la nación. Era la
mujer naturaleza. Ella era la única posibilidad de funcionamiento del concepto de ciudadanía. La mujer nunca podría ser ciudadana por sus roles y funciones. Sólo el hombre podía ser ciudadano. Por tanto, la mujer protegía a la familia; y el hombre, ciudadano, protegía a la nación.
En todo este contexto, no se construyó una subjetividad femenina (una
yo individual). La mujer, para recibir una mejoría social, debía hacerlo siendo una buena madre y buena esposa. Así recibiría el ascenso social: el
matrimonio. El matrimnoio era el premio final en una
sociedad meritocrizada.
¿Qué conclusión obtenemos de todo esto? Pues que nace un modelo de mujer ideal que encarnaría la idea de privacidad y domesticidad. Se estaba construyendo un modelo de mujer doméstica para mantener el
paraíso perdido: mujer/casa; hombre/público. Este modelo generalizado, en el que se construían roles específicos para la mujer, fue una construcción cultural de la clase burguesa emergente. Una construcción que legitimaba y justificaba esa sociedad. ¿Su oficio? Profesionalizar el oficio de ama de casa, buena madre y buena esposa. ¿Algo ha cambiado?...
1.- Ten la cena lista a tiempo. Planea con anticipación, incluso desde la víspera, para tener una deliciosa comida lista cuando él llegue. Es una forma de decirle que has estado pensando en él y que te preocupas por tus necesidades.
2
.- Prepárate para su llegada. Tómate 15 minutos para descansar; así te sentirás fresca cuando él llegue. Retoca tu maquillaje, ponte un moño en el pelo y busca una apariencia de frescura. Él acaba de estar con cantidades de gente agotada por su trabajo.
14.- No te quejes si llega tarde a cenar, ni siquiera si no llegaen toda la noche. Considera esto algo menor comparado con lo que debió de haber soportado durante el día.
15.- Haz que se sienta cómodo. Deja que se recueste en una silla cómoda o que se acueste en la habitación. Procura tener una bebida fresca o caliente para él.
16.- Prepara su almohada y ofrécete para quitarle sus zapatos. Háblale en un tono suave, relajante y agradable.
18.-No le has preguntas acerca de sus acciones ni cuestiones su buen juicio ni su integridad. Recuerda, él es el señor de la casa y como tal hará siempre su voluntad con firmeza y sinceridad. No tienes derecho a cuestionarlo.