La medicina de este período fue una curiosa mezcla de mitología y racionalidad. Mientras las gentes brindaron culto a los dioses, los que practicaron la medicina estuvieron relativamente libres de la influencia religiosa y sus prácticas fueron más racionales y naturales con algún grado de antecedente científico aunque no siempre correcto.
En cuanto a la anatomía, si bien los griegos se entregaron de continuo a ejercicios físicos para cultivar bellas formas corporales, no se preocuparon por conocer más de su cuerpo. No disecaron, pues la religión del momento no se lo permitía. Sólo disecaron animales y refirieron a la anatomía sus observaciones.
La Ilíada y la Odisea contienen muchos datos anatómicos sencillos y evidentes que se refieren a las heridas de los héroes durante las cruentas luchas. Estos nombres incluyen las partes más nobles del cuerpo, internas y externas, y también regiones. La fuente de estos conocimientos fue la descomposición de los cadáveres en el campo, las heridas de la guerra y traumatismos y los sacrificios humanos a los dioses.
Se describieron en la Ilíada numerosas heridas: ciento cuarenta y una en casi todas las partes del cuerpo, como cráneo, frente, mejillas, oído, piernas, etcétera; contusiones, heridas no mortales y heridas mortales, la mayoría de causa bélica. Para los griegos el cuerpo humano fue un conjunto de miembros y no una totalidad. La palabra soma significó cadáver. Homero hizo referencia a “ágiles piernas” y “poderosos brazos”, pero no al cuerpo completo. El poeta resaltó la belleza corporal y en la Odisea mencionó las semejanzas entre padres e hijos, la disposición de los cabellos, las diferentes formas de acuerdo a las edades y algunos defectos y malformaciones.
Algunos de los más de ciento cincuenta vocablos hallados en los poemas fueron:
- meto pion = frente - stethos = tórax
- rinox = nariz - gloutos = nalgas
- enkephalos = encéfalo - kardíe = corazón
- pharynx = garganta
Para los conocimientos anatómicos de Homero tenemos la importante figura de Daremberg que tras reunir el vocabulario del epos relativo a las diversas partes del cuerpo, pudo comprobar que eran similares a los de Hipócrates. Homero enumera casi todas las partes importantes externas e internas del cuerpo humano y establece para ellas una nomenclatura específica. El poeta supo hacer buen uso de las observaciones de las heridas de guerra y, hasta no empezar en época alejandrina la disección de cadáveres, las nociones de Hipócrates, Platón o el mismo Aristóteles no tienen mayor precisión que las de Homero. Con todo, sus conocimientos de las funciones fisiológicas del organismo se reducen a unas cuantas nociones generales y vagas, como el saber que la tráquea es el órgano esencial de la voz (Ilíada XXII) y que el corazón palpita (Ilíada XIII). También Homero hace algunas alusiones al sueño y al ensueño. Reconoce que el sueño prolongado es nocivo (Odisea XV). También parece conocer que los gusanos nacidos en los cadáveres son larvas de mosca y haber vislumbrado el proceso de la hematosis o transformación de los alimentos en sangre, como se deduce de la sangre inmortal que brota de la herida de Afrodita, la propia de dioses, cuya alimentación es a base de néctar y ambrosia (Ilíada V). Frente a esto, Homero tiene ideas muy primitivas sobre la vida, que parece confundir con la respiración, y sobre fenómenos como el de la pérdida de conocimiento (Ilíada V), que es algo así como un abandono pasajero del cuerpo por el alma. Una descripción muy exacta de este fenómeno se encuentra en el desmayo de Andrómaca (Ilíada XXII). No obstante, Homero conoce perfectamente los efectos beneficiosos del viento fresco o las aplicaciones de agua fría en casos semejantes: Sarpedón herido y sin conocimiento lo recobra al soplar el viento norte (Ilíada V); y el agua fría le hace volver en sí mismo a Héctor (Ilíada XIV).
Homero conoció la conexión vascular entre el corazón y el cuello según lo expresa este pasaje: “… el corazón me late hasta la boca…” o “A Erimante metíole Idomeneo el cruel bronce por la boca: la lanza atravesó la cabeza por debajo del cerebro,… y la muerte, cual si fuese oscura nube, envolvió al guerrero…” (Ilíada XVI). La lectura de estos poemas muestra claramente el fabuloso espíritu de observación del hombre griego que fue capaz de plasmar tan extraordinarios conocimientos anatómicos para asombro de los estudiosos posteriores. No cabe duda que para lograr construir la ciencia anatómica el observar con interés genuino y curiosidad fue una de las puertas al conocimiento exacto.
Las menciones a las enfermedades internas y, por consiguiente, a su terapéutica, no son frecuentes en los poemas homéricos. Salvo la peste de la Ilíada, de carácter más bien teológico que patológico y la infección producida en Filoctetes por la mordedura de una serpiente venenosa (Ilíada II), apenas se pueden mencionar otras.
Los científicos y filólogos decimonónicos, entre ellos Friedreich y Daremberg, dejándose llevar demasiado lejos por el racionalismo positivista de la época, creyeron reconocer un tipo de locura especial, la insania zoanthropica, en la metamorfosis en cerdos de los camaradas de Ulises, olvidándose del carácter mágico y fantástico de la saga, así como diversos fenómenos de “magnetismo” en las caricias calmantes de las preocupaciones (Ilíada I, V, VI), en los efectos de la varita de Hermes disipadora, o productora del sueño (Ilíada XXIV; Odisea V y XXIV), y en la varita, también mágica, con la cual opera Atenea la metamorfosis de Ulises en un viejo. Al carecerse de la documentación necesaria, poco se puede decir de la terapéutica de las enfermedades internas. La peste, como azote y castigo divino, es conjurada por procedimientos religiosos. En general, las epidemias de esta índole se consideraron a lo largo de la antigüedad y de toda la historia como castigos divinos, y para encontrar una explicación natural a una epidemia hay que llegar a Heródoto.
Por último, en cuanto a la cirugía, a pesar de que la medicina interna no da señales de haber alcanzado un alto grado de desarrollo, no ocurre otro tanto con la cirugía, según los estudios etnológicos: la falta de correlación en los pueblos primitivos entre la habilidad quirúrgica, a veces en avanzado estado de progreso, y los conocimientos medicinales, todavía en la fase más rudimentaria. Entre las muchas heridas descritas con toda clase de detalles, ya superficiales o penetrantes producidas por el filo o la punta de un arma, ya contundentes causadas por un golpe violento, ninguna hay que sobrepase, como en otras épicas, los límites de la verosimilitud más estricta. Los héroes homéricos son hombres, enfrentados con hombres como ellos, que calculan bien donde han de asestar el golpe o hacer blanco, no seres sobrehumanos que luchan con monstruos. De ahí que se haya podido hacer el estudio traumatológico de cada una de ellas agrupándolas según las diferentes regiones del cuerpo humano, como ya hemos visto anteriormente. Incluso se describe en los poemas un accidente deportivo muy familiar a los modernos aficionados al boxeo: el K.O. de Euríalo en la competición de pugilato (Ilíada XXIII).
La curación de los heridos se efectúa con carácter de urgencia en el mismo campo de batalla, o con mayor tranquilidad y la presencia de un médico, en la tienda. En primer lugar se procede a la extracción de la punta del arma si ha quedado en el interior de la herida, ya con la técnica de la ξχτομή, haciendo un corte lateral con un cuchillo (Ilíada XI); ya mediante la εξοηχή o extracción simple y directa por el mismo orificio de entrada (Ilíada IV), ya por el procedimiento del διωσμός (practicada en los casos de quedar un dardo o una flecha hundidos en el cuerpo con su asta o caña), consistente en hacer salir el arma arrojadiza por el lado opuesto al de penetración para evitar desgarros. De estos tres métodos, distinguidos por Eustacio en su comentario a Ilíada IV basándose en las expresiones de Homero, es este último el peor representado.
Extraída la punta del arma se limpiaba la herida y se contenía la sangre (Ilíada IV y XI) empleándose para este menester el agua tibia (Ilíada XIV); tan sólo la hemorragia de la herida inferida a Ulises por un jabalí, se corta con un έπαοιδή (Odisea XIX). Acto seguido y antes de proceder al vendaje, se aplican empastos a la herida, acción denominada por los verbos έπιτιφέναι y επιβάλλειν (Ilíada IV y XI) o se esparcen sobre ella polvos (πάσσειν) como vemos en Ilíada IV, de virtudes calmantes y cicatrizantes. Los médicos son buenos farmacéuticos todos, así como los guerreros también conocen las propiedades medicinales de ciertas plantas. Patroclo aplica a la herida de Eurípilo una raíz amarga que tritura con sus propias manos, con la triple virtud de calmar el dolor, secar la herida y cortar la hemorragia.
Muy bueno. Era lo que buscaba.
ResponderEliminarMuchas gracias.