He aquí que un día, tras
múltiples intentos fallidos, se decidió y tomó la decisión de realizar una
aventura inolvidable. Era un camino difícil, duro y pedregoso, en el que a
veces había de caminar más el alma que los mismos pies. Un camino de sombras y de
luces, de pensamiento interior y de diálogo. Y es que, en verdad os digo, que
se camina solo. Porque es connatural al ser humano, la soledad. Es la
metafísica de la vida, que se encarna en espiritualismo en cada paso que damos.
Cada tropiezo. Cada dolor. Cada caída. Posiblemente no seamos más que
minúsculas partículas de un todo, de un universo (quizá infinito), que se
mueven materialmente por su mundo. Naturaleza pura. Perfecta. Ni más ni menos.
Pero queda, no obstante, el orgullo de sentir, de amar y de creer. El sentido
de la vida. Y el de la victoria.
Albergue de Outeiro, Vedra. |
Sonó el despertador, y
nos pusimos en marcha. Todavía era temprano, pero la ilusión que despertaba
dentro de nosotros era tan grande que ni el sueño ni nada podía menguar en
nuestro ánimo. Calzamos nuestras botas, y cargamos nuestras mochilas. Tomamos un
suave desayuno y marchamos para coger el AVE. The fellowship of the way
estaba preparada. Algunos compañeros ya nos esperaban en la estación de trenes.
Kiwi y Nobel estaban haciendo tiempo. Cuando llegamos, los encontramos tomando
un café. Llegábamos tarde, pero estábamos preparados. El viaje de la comunidad
empezaba.