He aquí que un día, tras
múltiples intentos fallidos, se decidió y tomó la decisión de realizar una
aventura inolvidable. Era un camino difícil, duro y pedregoso, en el que a
veces había de caminar más el alma que los mismos pies. Un camino de sombras y de
luces, de pensamiento interior y de diálogo. Y es que, en verdad os digo, que
se camina solo. Porque es connatural al ser humano, la soledad. Es la
metafísica de la vida, que se encarna en espiritualismo en cada paso que damos.
Cada tropiezo. Cada dolor. Cada caída. Posiblemente no seamos más que
minúsculas partículas de un todo, de un universo (quizá infinito), que se
mueven materialmente por su mundo. Naturaleza pura. Perfecta. Ni más ni menos.
Pero queda, no obstante, el orgullo de sentir, de amar y de creer. El sentido
de la vida. Y el de la victoria.
Albergue de Outeiro, Vedra. |
Sonó el despertador, y
nos pusimos en marcha. Todavía era temprano, pero la ilusión que despertaba
dentro de nosotros era tan grande que ni el sueño ni nada podía menguar en
nuestro ánimo. Calzamos nuestras botas, y cargamos nuestras mochilas. Tomamos un
suave desayuno y marchamos para coger el AVE. The fellowship of the way
estaba preparada. Algunos compañeros ya nos esperaban en la estación de trenes.
Kiwi y Nobel estaban haciendo tiempo. Cuando llegamos, los encontramos tomando
un café. Llegábamos tarde, pero estábamos preparados. El viaje de la comunidad
empezaba.
La Comunidad de los seis
peregrinos estaba muy bien preparada. Aunque lo verdaderamente importante era
la unión y el sacrificio que todos juntos haríamos. Kiwi, Nobel, Brújula, Saw, Prometheus y Ratón. Prometheus era malagueña, y partía desde allí, para encontrarnos todos en
la estación de Atocha en Madrid. Ella era la prima de Kiwi, y nadie de
nosotros la conocía aún. El tren se puso en marcha, y salimos hacia la capital.
Era increíble pensar que el ser humano fuera capaz de crear máquinas que
pudieran correr a 300 kilómetros por hora, sin notarse apenas el movimiento. En
poco tiempo llegamos a nuestro primer destino. Estábamos en la capital.
Hacia las 9.00 am apareció
a lo lejos aquella malagueña. De pelo rubio y piel tostada, vino hacia nosotros
por aquel largo pasillo. Llevaba una mochila turquesa, conjuntada del todo, y
de gran tamaño. Era casi más grande que ella. Tras las presentaciones, fuimos
hacia Chamartín para ir ya a nuestro origen del camino. Ourense. El
primer momento todavía era algo frío, pues algunos no se conocían del todo. Y
que mejor manera de conocernos que en el camino. Cruce de gentes. Contacto de
personas. Encrucijada de caminos. Fuente de cultura, arte y vida. Aún no
sabíamos todo lo que un camino de cinco etapas podía depararnos.
Centro histórico de Ourense. |
El trayecto fue largo, pero
ligero. Las ganas de llegar afloraban. Cerca de cinco horas fueron necesarias
para llegar hasta la capital de provincia situada en el sector sureste de la
región gallega. La vegetación cambiaba, y pasamos de los trigales y grandes
extensiones llanas castellano leonesas; a la flora exuberante del noroeste
peninsular. El verdor daba color a los bosques, y sus ríos le proporcionaban la
vida. Llegamos desde lo alto de la ciudad, observando multitud de puentes que
atravesaban el gran río Miño. Un puente colgante que parecía haber caído
al vacío, y un fabuloso puente romano de piedra. El tren llegó, y pudimos ver
Ourense desde lo alto. Era muy bello. Se situaba en un llano, y entre grandes
montañas. Nos recibió una fuerte ola de calor que golpeaba la península. El
calor era sofocante. Como un fuego que golpeaba nuestras cabezas desde lo alto
del cielo. Salimos a toda prisa, en busca del albergue de Ourense. Pertenecía
al antiguo convento de los Franciscanos, y estaba situado en una pequeña cumbre
dentro de la ciudad, observándola, como si fuera un vigía, día y noche desde su
posición predominante. Atravesamos el puente romano que nos llevaba al centro
se la ciudad. Vimos entonces las primeras vieiras y flechas que guiarían
nuestro camino en cerca de 120 kilómetros.
Río Miño, Ourense. |
Tras unas cuantas
subidas, y preguntando a los oriundos, llegamos al albergue. La fachada y forma
eran bellas, pero su interior y disposición no lo eran tanto. Demasiado pequeño
para las exigencias de una ciudad de peregrinos como Ourense. Dejamos las cosas
y tardamos poco en marcharnos a ver el casco histórico. Algunas fotos en la
iglesia, otras tantas en la escultura de un coche molón, y en el río.
Descendimos a él con sumo cuidado, no fuera que empezáramos con mal pie. Que la
rivera del río en la que estábamos no era la más limpia estaba muy claro. Solo
nos refrescamos los pies. Nobel y yo nos pusimos a un lado, ausentes del
mundanal ruido. Mientras que el resto de la comunidad se apoyó bajo el puente. Kiwi
estaba pensativo, mientras que sus compañeras machacaban sus ideas contra las
pantallas táctiles de sus android, iphone y todo eso. Tras algunas
fotos, nos marchamos de nuevo para cenar. El tiempo apremiaba, y el sueño
también. La indecisión nos costó cara, yendo de bar en bar sin resultado
alguno. ¡Los Vinos, los Vinos!, nos dijo un señor, arguyendo un fantástico
bar donde cenar. Nunca lo encontramos, ni nadie supo de él. Acabamos
recurriendo a la vieja técnica del bocadillo y la coca cola. Cogimos nuestros
bocatas de lomo, bacon y queso, y volvimos al albergue. Cenamos y nos
duchamos. Salvo que Brújula se equivocó y se duchó en el baño de hombres, el
resto de la noche fue normal. Mientras algunas fijaban la mirada en sus móviles
y redes sociales, los otros decidimos comprar unas cervezas-beer bien
frías que tomamos en el patio del albergue. La noche era fresca. Tras muchas
risas recreando escenas de películas de terror, y haciéndole la puñeta a Saw,
decidimos ir a la cama. Lo que ninguno de la comunidad sabía era que aquella
noche nadie dormiría. Había llegado Mariano.
A la mañana siguiente,
el sueño nos acechaba a casi todos. Menos a Brújula. Ella siempre dormía bien. Eran
cerca de las 5.40, y pocos peregrinos habían conseguido dormir. Aquella
sinfonía de respiración estruendosa había destruido el descanso de todos los
congregados. Las caras desgastadas y ojerosas nos delataban. Pero no creáis que
Mariano era un mal tipo. Todo lo contrario, pues era un sevillano amable,
cortés y educado. Desayunamos algo de dulces y zumos, y nos pusimos en marcha.
La primera etapa nos
llevaría hasta Cea, núcleo principal del Concello con el mismo nombre.
La primera traba fue el potente desnivel que debíamos sortear. Era una etapa de
22 kilómetros, de los cuales cerca de 8 kilómetros fueran en potente ascenso.
El desnivel total fue de unos 300 metros. Fue una etapa llevadera, con algo de
asfalto y tierra. La etapa atravesaba el puente romano, pero decidimos atajar.
No funcionó, y creemos que dimos más vuelta. Conseguimos encontrar los mojones,
que empezarían a guiar nuestro camino.
Sendero en Sartédigos. |
Tras el gran ascenso, y
después de haber sido conscientes que las próximas salidas debían ser mucho más
temprano, llegamos a Sartédigos. Un pequeño pueblo diseminado con
viñedos y rebaños de ovejas. En el kilómetro 12 de nuestra etapa llegamos a Tamallancos,
donde tomamos un delicioso almuerzo de pan de pueblo con jamón serrano y queso.
Algunos peregrinos nos pasaron de largo, como la famosa pareja de valencianos o
el solitario brasileiro. Pasamos algunas iglesias románicas, con su cementerio
incorporado intramuros. Un hálito de espiritualidad, misticismo y respeto nos
invadía el cuerpo cada vez que las mirábamos o nos acercábamos a ellas.
Albergue de Cea. |
Tras llegar a Sobreira,
pasamos por un puente romano que atravesaba el río Barbantiños. Estaba
muy bien conservado, con sus sillares bien definidos y su calzada casi
perfecta. Ingeniería romana. Tras pasar por algunos pueblos de poca
importancia, y tras varias paradas para beber en las fuentes y fotografiarlo
todo (sobre todo nuestra querida Prometheus), llegamos por fin a Cea. Eran las
13.40, y llevábamos cerca de 7 horas andando. Nuestras piernas no respondían, y
nuestros cuerpos necesitaban comida. Tras sellar la credencial, ducharnos y
lavar nuestra ropa; la Comunidad se reunió en el hall. Ocupamos las camas,
tratando de alejarnos lo máximo posible de Mariano. Fuimos entonces a comer a
la pulpería. Una fresca ensalada, algo de pulpo, y carne o pescado. Nuestros
estómagos estaban llenos, y necesitábamos descansar... Pero no lo hicimos.
Cogimos nuestras cosas, y fuimos a la piscina. Éramos extraños, y los jóvenes del
pueblo nos miraban con caras de "no sois bien recibidos". Creemos
que, o bien por nuestra belleza natural, o bien por las tres chicas tan guapas
con las que íbamos, suponíamos una especie de amenaza para ellos. Complejo de
inferioridad, o algo así lo llamaba el historiador y sociólogo valenciano Joan
Fuster. Nos bañamos un rato, y relajamos los músculos. Aquellas dos
valencianas, y la malagueña, eran el alma de la piscina. Eran el centro de las
miradas de aquellos pipiolos galeginhos. Nos fuimos al rato para poder
comprar el famoso pan moreno de Cea y algo de fiambre.
Pan típico de Cea. |
Yo me encargué de
comprobar la ruta del segundo día. Coincidí entonces con una chica inglesa que
había hecho la ruta que perseguíamos nosotros. Me lo explicó, y decidimos
entonces variar nuestra ruta para la segunda etapa. Nos reunimos los seis en la
cocina del albergue, y dimos el visto bueno para marchar temprano el día
viernes 19. Tras un acalorado debate en torno a los enchufes para cargar los
móviles, y una victoria contundente por mi parte en el Jungle Speed,
preparamos la cena. Aquella noche no tardamos en ir a la cama. Algunos empezábamos
a mostrar las primeras escoceduras y dolores del camino. Nos tomamos alguna
cerveza y coca cola, y el bocadillo. Era un albergue situado en pleno centro
del pueblo. Algunos marcharon a la cama antes; mientras que Brújula, Kiwi, Nobel
y yo decidimos tomarnos un helado en un banco a la fresca. Aquel momento fue de
paz. Y también el del primer Súper Twister.
Torre del reloj de la plaza de Cea. |
Partimos de Cea en
dirección a Castro Dozón. Pero nuestro itinerario sería diferente. No íbamos
a seguir la ruta oficial que llevaba a nuestro destino por Piñor.
Decidimos entonces coger un camino diferente, extraoficial, que no seguía los
mojones ni las vieiras. No dimos con el camino correcto del todo, pero la
Comunidad no se rindió. Seguimos, directamente, las señales que indicaban al
monasterio de Oseira. Atravesamos la torre del reloj de Cea, y
comenzamos a recorrer la etapa. Llegamos entonces a Pieles, pudiendo
observar al fondo del valle la localidad de Silbaboa. Tomamos algo de
agua, y unas cuantas barritas energéticas, y seguimos nuestro incansable
devenir. Cuando llegamos al Monasterio, nos detuvimos en un puente sobre el río
para almorzar debidamente. Fue la fiesta de los emanems. Cómo algo tan simple
podía ofrecer tanta felicidad. Hicimos juegos de todo tipo y, como no, fotos sin parar.
Monasterio de Oseira. |
El monasterio de Oseira era
una fundación de la orden cisterciense, del siglo XII, y asentada en el valle
del límite del Concello de Cea. Los siglos XII y XIII fueron los de mayor
esplendor, hasta el siglo XV. Ya en el siglo XIX con las desamortizaciones, se
abandonó, y no volvió a resurgir la vida monástica hasta el siglo XX.
Actualmente viven cerca de doce monjes, que viven de la elaboración propia de
un licor de eucaliptos (Eucaliptine). El monasterio está formado por una
iglesia románica, tres claustros y una sala capitular. Tras media hora de
descanso, y haber saboreado un segundo helado, volvimos a la carga. Algunos
peregrinos empezaban a llegar, pero nosotros partíamos ya hacia Dozón. Era la
segunda parte de nuestro camino, e iba a ser bastante más dura que la anterior.
Atravesamos una pista asfaltada y empinada desde la que las vistas del
monasterio eran muy hermosas. Durante varios kilómetros por senderos, fuimos en
dirección a Vilarello. El camino era pedregoso, con subidas y bajadas, y
mucho calor. Llenamos nuestras cantimploras varias veces, y nos refrescamos.
Vimos al brasileiro solitario, que nos hizo algunas fotos; y también al perro
cariñoso que se acercó a nosotros mendigando algo que llevarse a la boca.
Seguimos nuestro camino, pues el calor era cada vez peor. Vimos unas pacas de
paja que nos sirvieron para jugar un rato, pero no nos demoramos. Llegamos a Carballediña,
y poco después a Outeiro de Corias, última población de la
provincia de Ourense.
Pacas del camino. |
Comenzamos a subir
considerablemente por senderos montañosos, hasta llegar a A Gouxa,
provincia de Pontevedra. Pasamos algunos caminos embarrados y de difícil
tránsito, que eran algo parecido a una ciénaga bien conocida por algunos de
nosotros. Un camino que llegaría a Bidueiros, y que acabaría en plena
N-525. Seguimos entonces cerca de 3 kilómetros por el arcén, que nos llevaría
finalmente a Castro de Dozón, capital del Concello del mismo nombre. Subimos la
cuesta del pueblo, y llegamos al albergue. Gracias a dios, teníamos piscina.
Albergue Castro Dozón. |
No tardamos en ir a
comer. Estábamos hambrientos. El bar al que fuimos pasaba por la misma ruta que
habíamos atravesado ya antes. Unos comieron ensalada, otros ensaladilla, y
también algo de carne con patatas. No se estaba nada mal. Cuando hubimos
terminado de comer, fuimos a la piscina. Ahogamos unas cuantas veces a Nobel,
tiramos a Brújula al agua, y nos reímos un rato. Al final de la tarde marchamos
a un pequeño ultramarinos, donde compramos la cena y el desayuno. Otros
decidieron comerse una deliciosa hamburguesa... Lo mejor fue que teníamos
nuestras vieiras para el camino. Cenamos en una pérgola cubierta que parecía
reservada para nosotros. Saw y yo nos marchamos un poco antes que el resto.
Desde la ventana del dormitorio podíamos ver como el resto de la Comunidad
trataba de perforar sus vieiras de las formas más raras. Me dediqué, entonces,
a simular una de mis escenas favoritas de "Friends" (lo que no
quiere decir que adore la serie. Aunque no está mal. Algunas cosas. Pocas. Solo
Ros). Hice como que bajaba las escaleras de todo tipo, hice el cangrejo, bajé
en ascensor,... Desconozco si se reían de mí o conmigo. Pero lo hice, hasta que
fui consciente que no era el único en aquella habitación. Me pidieron otra,
pero desistí. Al poco llegaron todos. No quedaba otra que dormir.
No podíamos pensar en
otro día con tanto calor, y decidimos despertarnos pronto. Eran cerca de las
4.00 am, y todos estábamos en pie. Algo de batido de cacao y zumo, y unas pocas
palmeras y dulces. A las 5.00 ya estábamos en marcha para alcanzar nuestra
tercera etapa. La más dura sin duda, con cerca de 28 kilómetros hasta llegar a Silleda.
La niebla era profunda, y parecía aquello más espuma que otra cosa. La oscuridad
se cernía sobre nosotros, y las linternas eran las únicas capaces de dar algo
de luz y vida en aquel escenario. Nobel, con su luz frontal de minero, iba al
frente de la Comunidad. Por detrás iba Saw, recelosa ante el miedo a lo desconocido
entre parajes sombríos, ruidos ausentes y caminos inacabados. Tras ella iba Prometheus,
mirando a todas partes, procurando no hallar al temido hombre lobo. Kiwi iba a
sus anchas, confiado y diligente, esperando alguna emboscada de orcos o
un grupo élfico. Brújula, tras él, no dejaba de preguntarse si yo seguía
tras ella. Es la dura conformidad del ser humano de estar siempre apoyado y
arropado. Y yo iba el último, presa fácil del miedo y de la codicia del mal. En
una de aquellas me giré, creyendo haber oído algo. Me detuve unos segundos,
pero la oscuridad se detenía en el infinito. No dije nada al grupo, procurando
así evitar el pánico y la angustia. Pensé que era Gollum, en busca de su
preciado tesoro perdido y añorado. ¡Quién no ha buscado nunca su tesoro en la
vida!
Pero lo peor estaba aún por
llegar. La oscuridad nos había jugado una mala pasada, y nos había escondido
el camino. Llegamos entonces a un pueblo en el que recibimos una acalorada
bienvenida de perros ladrando al son de la estupidez y la ignorancia. Perros huesudos,
guardianes, que custodiaban casas en pueblos remotos que no aparecían en los
mapas. Seguimos por una carretera a medio asfaltar, procurando hallar el
dichoso alto de Santo Domingo. Pero no hubo manera. Pudimos desviarnos
alrededor de 3 kilómetros de la ruta original. Pero no había otra que seguir
andando. Con el GPS del móvil de Prometheus, y algo de cabeza, conseguimos
reencontrar el camino. La Comunidad estaba contenta de nuevo, y los ánimos se
relejaron. Pasamos entonces por Puxallos, primera aldea del Concello de Lalín,
el más grande de Pontevedra. Tras unos cuantos kilómetros, nos detuvimos en el
cruce del viaducto para hacer un pequeño stop. Almorzamos bien poco, y Nobel
ofreció las almendras que su madre le había preparado para el camino.
Fue, tras ese
paréntesis, cuando tropezamos con la segunda piedra del camino. Saw, Kiwi, Nobel
y yo habíamos adelantado un trecho; mientras que Brújula y Prometheus habían quedado
algo rezagadas. Todo vino, o eso creemos, por un absurdo juego de palabras y de
animales que es capaz de despistar, y perder, a cualquiera. Y es que, de un
camino asfaltado, se pasaba (indicado por un mojón) a un sendero de tierra
montañoso. El hecho fue que, cuando llegamos arriba del todo, recibí una
llamada de Brújula comunicándome que se habían perdido. ¿Cómo era posible que
se hubiera perdido brújula?, nos preguntamos todo el grupo. ¿Una inversión de
los polos?, ¿un error del magnetismo terrestre?, ¿o un imán defectuoso? En un
principio fue extraño, pues no había habido mayor complicación que la de seguir
los mojones. Nobel y yo, entonces, volvimos parte del camino, buscándolas por
todos lados. Como yo era Ratón, bajé brincando por todo el camino, libre del
peso de la mochila. Utilicé mi sonido ultra sensorial, y los localizamos algo
lejos. Fue tanta la distancia, que llegamos de nuevo al asfalto, desde el cual
pudimos comprobar, al rato, que ese había sido el punto negro del desastre. Las
hallamos sanas y salvas, y retomamos la marcha. Aunque con una salvedad. Nos
había adelantado todo el mundo… El cachondeo y las risas nos acompañaron el
resto del camino.
Iglesia románica de Taboada. |
Llegamos entonces a A
Laxe, Concello de Lalín, y en el que hicimos un almuerzo muy generoso. Yo
tenía ya mis primeras escoceduras, y algunos otros, ampollas y demás heridas.
Las largas distancias empezaban a hacer mella en nuestros cuerpos. Comimos como
si nos fuera la vida en ello, pues el hambre que teníamos no era normal. Nos
levantamos, pero nuestros cuerpos pesaban el doble de lo normal. Aún nos
quedaban cerca de 7 kilómetros para llegar a nuestro destino, y he de reconocer
que estaba destrozado… Por lo menos yo. Tras atravesar el puente de Taboada
sobre el río Deza, comenzamos a pasar por bonitos senderos en los que
los árboles curvados hacían arcos por los que pasaba la luz de forma tenue. Era
realmente bello, y natural.
Sobre las 15.30 pm
llegamos por fin a Silleda. La Comunidad lo había conseguido. Nos abrieron el
albergue… ¡Y estábamos completamente solos! Todo un albergue para nosotros.
Tras la ducha, las chicas decidieron salir al patio del albergue (que era el
patio de un colegio), para tomar el sol y hablar un poco más sobre ellas y sus
cosas. Es connatural al sexo femenino. Los chicos nos quedamos en la cama.
Nobel pensó en salir a dar un paseo, cosa que nos negamos rotundamente Kiwi y
yo para cobijarnos en nuestras camas. Al rato, los tres nos dormimos cerca de 1
hora. Era necesario cien por cien. Tras la siesta, y más
fotos de nuevo, nos volvimos a tomar el tercer Twister del camino. Era bien
necesario. Las chicas se tomaron un frigopie de los de antaño.
Insuficiente para unos estómagos como los nuestros. Compramos el desayuno, y
nos fuimos a cenar a una pizzería del pueblo. ¿Cenar pizzas en plena Galicia?
Sí, lo hicimos. Y fueron cuatro familiares. Ahí se ha dicho. Y cayó prácticamente
todo. Eso sí, tuvimos que salir rodando, casi. De ahí fuimos al albergue. Fue
cuestión de minutos que cayéramos rendidos en los confortables y acogedores colchones.
Saw empezó a roncar pronto, negándolo al instante, al haberse despertado con sus
propios ronquidos. Fue la noche que mejor dormimos todos, o eso creo.
Era domingo, y
comenzábamos nuestra penúltima etapa. Nuestro destino era Vedra, y se
trataba de una etapa no muy complicada ni muy larga. Eran aproximadamente 19 o
20 kilómetros, con poco desnivel. Salimos del gran pueblo de Silleda para
seguir, durante un largo recorrido, un juego continuado de senda-nacional que
nos llevaría hasta un bonito sendero arbolado. El tiempo nublado, y el frescor
de la mañana, daban lugar a una instantánea mágica, casi primaveral en algunos
momentos. Llegamos así a Bandeira, atravesándola sin mucho problema. Se
trató de una etapa muy asfaltada, en la que disfrutamos poco de los paisajes.
Tras pasar de nuevo los arcenes y la nacional, llegamos a un sendero increíble
de pinos y eucaliptos que aromatizaban el camino. Poco a poco, y ya casi al
final de nuestra etapa, llegamos a Ponte Ulla. Era la primera localidad
de la provincia de A Coruña, y su entrada se hacía atravesando el río Ulla,
que servía de límite geográfico entre las provincias de A Coruña y Pontevedra.
El Ulla era la segunda cuenca fluvial más importante de toda Galicia, y
desembocaba en la famosa ría de Arousa, naciendo en Olveda (Lugo), y
recorriendo más de 130 kilómetros hasta morir en el Atlántico.
Allí, en Ponte Ulla, fue
donde la Comunidad se abasteció de víveres para aquel día; pues en el albergue
de Vedra no hay nada para comprar. Nos hicimos con algunos panes, y con un
bollo dulce típico de la región. Algo parecido al pan quemado de Valencia.
Estaba muy rico. De ahí fuimos al supermercado, donde compramos la comida y el
desayuno. Las chicas hicieron marcha, temerosas a no aguantar el ritmo de los
tres hombretones y caer rendidas. Con las compras a hombros, y alguna que otra
botella de agua, fuimos hacia arriba. Cerca de tres kilómetros de subida, sin
sombra, y a pleno sol, fue lo único que nos hizo sudar. Un Kiwi, un Nobel y un
Ratón, en plena cuesta, evitando que un par de profesores que venían de hacer
once etapas nos adelantaran. Una subida algo molesta por su longitud, pero
deseada por mostrar el fin de la etapa y la llegada al último reducto antes de
nuestro final. Llegamos a la fuente y a la Capilla de Santiaguiño,
construida en el siglo XVII, como preámbulo a la gran catedral. Si no hubiera
sido gracias a que nuestras chicas estaban haciendo tonterías contra el
cristal, como si fueran lagartijas aplastadas en él, seguramente nunca
hubiéramos sabido que habíamos llegado al albergue.
Descargamos nuestras
mochilas, y nos pudimos acomodar. Unas cuantas cervezas-beer frías nos
ayudaron en la pronta recuperación. Parecíamos hobbits, tirados en el
suelo, con los pies descalzos y humeantes, bebiendo cerveza y contando nuestras
aventuras. Las risas se convirtieron en lloros cuando Prometheus se descalzó. Su pie
había sufrido una especie de transformación mutante-genética propia de otra
dimensión. Era algo así como una tortuga ninja… Brújula, que fue nombrada
doctora por la Comunidad, curó los pies a su fiel escudera. Y poco a
poco fue recuperándose. Para la comida, los bocadillos de jamón y queso fueron
nuestro alimento. Tras la ingesta, Nobel y yo quedamos en el albergue para
hacer la siesta y descansar un poco. Nadie sabía lo que aquella noche podía
pasar… Kiwi y las tres compis decidieron estar en una mesa-tronco que había en
el exterior, gastando bromas y haciendo fotos. El pobre Kiwi sufrió de lo
lindo, teniendo que aguantar las versiones de su propia voz por parte de Brújula,
la fotofilia de Saw, y el gran amor que Prometheus tenía hacia él. Tras todo
aquello, pensamos en bajar a la Capilla de Santiaguiño para hacer algunas fotos
y divertirnos un rato. Conocimos entonces a un peregrino inglés, que trabó una
bonita amistad con Brújula gracias a su excelente “speak english”.
Cuando volvimos, ya
estaba la hospitalera. Nos selló las credenciales y fuimos a cenar. Y no fue
nada mal. Aquella mujer tenía un bungalow dentro del albergue desde el cual
servía cenas. Pedimos unos cuantos bocadillos, y una fresca botella de Ribeiro.
La cama nos esperaba. Pero aquella noche sería especial, y no caería nunca en
el olvido. Todavía sigo pensando en cual va a ser la manera más adecuada de
contar lo que ocurrió en el albergue de Vedra. Daban las 4.40 am del lunes 22
de julio, y casi todos seguíamos dormidos. Solo Prometheus se había despertado ya,
para poder prepararse con tiempo antes de que nos despertáramos la Comunidad a
las 5.00. De repente, cuando se disponía a salir del módulo de habitaciones, un
peregrino sevillano, llamémosle Orín, se levantó de su cama.
— ¿Y mi mochila? ¿Y mi linterna?, —le preguntaba sin cesar Orín a Prometheus, mientras ella retrocedía hacia su cama—.
— ¡Déjame, por favor!
¡Vete de aquí!, —le dijo Prometheus con efusividad—.
Comenzamos a despertarnos algunos de la Comunidad. Yo y Saw nos incorporamos, y vimos una extraña sombra en una esquina. Lo mismo hizo Kiwi y Nobel, soltando alguna carcajada. No podíamos imaginar lo que estaba haciendo. Estaba orinando dentro de la habitación, soltando algunos improperios y burlas hacia su compañero Mariano. Pero, cuando acabó de hacer sus necesidades, se acercó de nuevo a Prometheus. Fue en ese momento cuando, como si de un muerto viviente se tratara, Brújula se irguió de su cama y dijo:
— ¿Pero qué estás haciendo?, —dijo Brújula, como si de un sueño se tratara—.
Orín volvió a pasear por el módulo como un alma descarriada. Decidí bajar de la litera, entonces, y ayudarle a salir de la habitación. Al poco rato volvió a entrar, insinuando preguntas extrañas y sin sentido. Se echó a la cama y emitió una potente y estruendosa flatulencia que despertó a todos los allí congregados en lo que había sido un plácido sueño.
Tras todo lo ocurrido, no podíamos seguir allí. Cogimos nuestros trastos, y la Comunidad se reunió en el pasillo. No podíamos creer lo que había ocurrido. Ni en las mejores aventuras de Bilbo Bolsón con los trolls podíamos haber pensado en aquello. Nos vestimos y preparamos, y desayunamos. Salimos prestos, para finalizar la última etapa.
La quinta etapa no eran
más de 16 kilómetros, y nos llevaría hasta Santiago de Compostela.
Dejamos el albergue entre risas y discusiones, debatiendo entre el sonambulismo
o el alcoholismo de aquel hombre. No era nuestra intención juzgar a nadie, por
lo que decidimos seguir nuestro camino final. Al salir de aquella atalaya
privilegiada, accedimos por un sendero con olor a eucalipto. Eran unos árboles
estrechos, pero enormes, en los que sus ramas jugaban con el aire allí arriba.
Llegamos al Concello de Boqueixón. Atravesamos largos caminos asfaltados
con grandes casas a ambos lados, con sus hórreos y viñedos bien definidos. El
camino seguía, y Kiwi y yo nos quedamos por detrás. Nos comimos un sándwich de
jamón serrano y queso que guardábamos para una ocasión como aquella. Vimos
entonces, a un perro extraño. Estaba atado a su caseta con una cadena, y el
pobre animal no dejaba de dar vueltas en círculo. Desconocemos si hacía algún
tipo de ejercicio, o se estaba preparando para el otro mundo. Le tiramos algo
de comida, pero hizo caso omiso. Llegamos así a A Susana, yendo en
paralelo durante un rato a las vías del ferrocarril. Santiago estaba muy cerca.
En adelante, la ruta era principalmente por caminos asfaltados, atravesando
pueblos y más pueblos. Atravesamos el Camiño Real de Piñeiro y el Camiño
Real de Angrois. Los pazos que se veían eran increíbles, con grandes
extensiones de campo y fachadas potentes.
Tras las subidas
empinadas de la rúa do Sar y la rúa do Castron Douro, llegamos al
centro histórico de Santiago. Era increíble ver aquello. Era todavía muy
temprano, y estábamos a nuestras anchas. Atravesamos la plaza de las Platerías,
y llegamos al fin a la plaza do Obradoiro. Nuestro camino había llegado
a su fin. Lo habíamos logrado. La Comunidad estaba exhausta. Hicimos algunas
fotos, pero también decidimos admirar el momento. Con nuestros propios ojos. La
belleza de la arquitectura gótica. Ahí confluían todos los caminos, y nos unían
a todos. Viniéramos de donde viniéramos. Y fuéramos de donde fuéramos. Aquello
nos hacía a todos iguales…
Lo primero fue sellar nuestra credencial, y obtener nuestra Compostela. Tras aquello, marchamos al hotel para dejar las mochilas, y poder así entrar en la catedral y observarla con detenimiento. Algunos se quedaron en la misa, mientras que otros decidimos pasear por el centro. Compramos de todo: imanes, pins, pulseras, vieiras en cerámica,… Después comimos unos pedazos de pizza, de nuevo. Nos volvimos a tomar otro helado, o por lo menos yo. Fuimos a la plaza Galicia, en la que nos hicimos algunas fotos con las Marías. Ya en el hotel, duchados y arreglado, decidimos por la tarde coger un bus que nos llevaría al Monte do Gozo. Pudimos ver Santiago desde arriba, hacernos algunas fotos con los dos peregrinos de bronce, y observar el monumento del papa Juan Palo II a los peregrinos. La Comunidad estaba ya muy cansada. Decidimos cenar en un restaurante que nos gustó. Una ración más que considerable de pulpo fue del todo deliciosa. De ahí fuimos al concierto de los 40 principales, en el que aguantamos un buen rato. Vuestro escritor, Ratón, que estaba ya muy cansado, decidí irme a la cama. La Comunidad hizo lo mismo. El sueño nos absorbió a todos.
El martes, de buena mañana, y con algo de frío, salimos hacia la estación de trenes de Santiago. Ahí cogeríamos el ALVIA hasta Madrid. Desayunamos algo en la estación, y marchamos al tren. Una película horrorosa, aunque no tan mala como la de la ida, nos acompañó en el trayecto. No obstante, la vimos. Llegamos hacia las 12.00, y nuestro AVE salía hacia las 21.00 horas. Llegamos a la Plaza del Sol, donde el terrible calor hacía honor a su nombre. Comimos unas hamburguesas y helados, y de ahí fuimos al Parque del Buen Retiro. Yo me dormí, mientras que el resto de la Comunidad hablaba y hablaba. Marchamos de allí para llegar a Atocha, desde donde cogeríamos nuestro AVE. Nos tomamos el último helado, y comenzaron las despedidas.
Prometheus se había convertido en una gran amiga para todos, y habíamos prometido volver a vernos en Málaga o en Valencia. Las despedidas siempre son duras, máxime cuando se pasa mucho tiempo juntos y se crea una gran amistad. Eran las 20.00 horas, y ella tenía que coger su AVE a Málaga. Nos abrazamos todos juntos como si fuéramos teletubbies, y le dijimos adiós con el corazón. La Comunidad se había extinguido. Ya con nuestro tren una hora después, finalizó nuestro camino.
“Trabajo, sudor y lágrimas”.
Esta historia está dedicada a Laura, Elena y María; por haber luchado tanto en el camino y en su vida; y por darnos cuenta que la amistad está en cada paso que damos en el camino de la vida. Al papá de Arturo, que allá donde esté, muestre el orgullo de un hijo capaz de todo. Y a todas las víctimas del tren de Santiago, para que sus almas vivan eternamente en todos nuestros corazones...
Pizzería de Silleda. |
La Comunidad. |
Capilla de Santiaguiño. |
Love is in the air. |
Cena en el albergue de Vedra. |
— ¿Y mi mochila? ¿Y mi linterna?, —le preguntaba sin cesar Orín a Prometheus, mientras ella retrocedía hacia su cama—.
Comenzamos a despertarnos algunos de la Comunidad. Yo y Saw nos incorporamos, y vimos una extraña sombra en una esquina. Lo mismo hizo Kiwi y Nobel, soltando alguna carcajada. No podíamos imaginar lo que estaba haciendo. Estaba orinando dentro de la habitación, soltando algunos improperios y burlas hacia su compañero Mariano. Pero, cuando acabó de hacer sus necesidades, se acercó de nuevo a Prometheus. Fue en ese momento cuando, como si de un muerto viviente se tratara, Brújula se irguió de su cama y dijo:
— ¿Pero qué estás haciendo?, —dijo Brújula, como si de un sueño se tratara—.
Orín volvió a pasear por el módulo como un alma descarriada. Decidí bajar de la litera, entonces, y ayudarle a salir de la habitación. Al poco rato volvió a entrar, insinuando preguntas extrañas y sin sentido. Se echó a la cama y emitió una potente y estruendosa flatulencia que despertó a todos los allí congregados en lo que había sido un plácido sueño.
Tras todo lo ocurrido, no podíamos seguir allí. Cogimos nuestros trastos, y la Comunidad se reunió en el pasillo. No podíamos creer lo que había ocurrido. Ni en las mejores aventuras de Bilbo Bolsón con los trolls podíamos haber pensado en aquello. Nos vestimos y preparamos, y desayunamos. Salimos prestos, para finalizar la última etapa.
La Comunidad. |
Plaza de Obradoiro. |
Lo primero fue sellar nuestra credencial, y obtener nuestra Compostela. Tras aquello, marchamos al hotel para dejar las mochilas, y poder así entrar en la catedral y observarla con detenimiento. Algunos se quedaron en la misa, mientras que otros decidimos pasear por el centro. Compramos de todo: imanes, pins, pulseras, vieiras en cerámica,… Después comimos unos pedazos de pizza, de nuevo. Nos volvimos a tomar otro helado, o por lo menos yo. Fuimos a la plaza Galicia, en la que nos hicimos algunas fotos con las Marías. Ya en el hotel, duchados y arreglado, decidimos por la tarde coger un bus que nos llevaría al Monte do Gozo. Pudimos ver Santiago desde arriba, hacernos algunas fotos con los dos peregrinos de bronce, y observar el monumento del papa Juan Palo II a los peregrinos. La Comunidad estaba ya muy cansada. Decidimos cenar en un restaurante que nos gustó. Una ración más que considerable de pulpo fue del todo deliciosa. De ahí fuimos al concierto de los 40 principales, en el que aguantamos un buen rato. Vuestro escritor, Ratón, que estaba ya muy cansado, decidí irme a la cama. La Comunidad hizo lo mismo. El sueño nos absorbió a todos.
¡Al fin nuestras Compostelas! |
El martes, de buena mañana, y con algo de frío, salimos hacia la estación de trenes de Santiago. Ahí cogeríamos el ALVIA hasta Madrid. Desayunamos algo en la estación, y marchamos al tren. Una película horrorosa, aunque no tan mala como la de la ida, nos acompañó en el trayecto. No obstante, la vimos. Llegamos hacia las 12.00, y nuestro AVE salía hacia las 21.00 horas. Llegamos a la Plaza del Sol, donde el terrible calor hacía honor a su nombre. Comimos unas hamburguesas y helados, y de ahí fuimos al Parque del Buen Retiro. Yo me dormí, mientras que el resto de la Comunidad hablaba y hablaba. Marchamos de allí para llegar a Atocha, desde donde cogeríamos nuestro AVE. Nos tomamos el último helado, y comenzaron las despedidas.
Prometheus se había convertido en una gran amiga para todos, y habíamos prometido volver a vernos en Málaga o en Valencia. Las despedidas siempre son duras, máxime cuando se pasa mucho tiempo juntos y se crea una gran amistad. Eran las 20.00 horas, y ella tenía que coger su AVE a Málaga. Nos abrazamos todos juntos como si fuéramos teletubbies, y le dijimos adiós con el corazón. La Comunidad se había extinguido. Ya con nuestro tren una hora después, finalizó nuestro camino.
Esta historia está dedicada a Laura, Elena y María; por haber luchado tanto en el camino y en su vida; y por darnos cuenta que la amistad está en cada paso que damos en el camino de la vida. Al papá de Arturo, que allá donde esté, muestre el orgullo de un hijo capaz de todo. Y a todas las víctimas del tren de Santiago, para que sus almas vivan eternamente en todos nuestros corazones...
Me has dejado sin palabras, no se podía explicar mejor nuestra aventura. Mientras lo leía era como si volviera a estar allí,haciendo el camino de nuevo. Repetiría cada momento vivido con vosotros, no cambiaría nada,sois increibles y lo mejor que me ha pasado en mucho tiempo. Que sepais que os quiero y que quiero una segunda parte!!!Besitos malagueños!!
ResponderEliminarHola Ratón, soy el padre de Prometheus.
ResponderEliminarAcabo de leer tu relato sobre el Camino y me ha encantado.
De alguna manera he podido compartir con vosotros esos maravillosos momentos que habéis vividos juntos y que seguros nunca olvidareis.
Es una aventura que llevo muchos años pensando en hacerla realidad y que sorprendente e inesperadamente, Prometheus lo ha llevado a cabo antes que yo.
Posiblemente tengamos la oportunidad de conocernos pronto, en Valencia o en Málaga, da igual, cualquiera de ellos en un lugar precioso.
Hasta entonces un abrazo.
No lo podrías haber descrito mejor, cada narración ha sido fiel a lo vivido y ha sido como realizar la aventura de nuevo!!! Me alegra haber tenido la oportunidad de realizar esta aventura y de haber tenido la mejor compañía posible. Mi padre habría disfrutado enormemente de este relato, como buen apasionado de la lectura que era. GRACIAS!
ResponderEliminarGracias a vosotros, y a vuestros comentarios. La verdad es que expresar los sentimientos con letras es difícil, pero si el resultado es éste, entonces me encanta esa dificultad. Un abrazo a todos.
ResponderEliminar¡Eres muy crack!
ResponderEliminarPrecioso relato que desprende AMISTAD y CARIÑO en cada una de sus lineas. Formais un
ResponderEliminargrupo maravilloso. Espero que ésta sea la primera de otras muchas aventuras.
Un abrazo de mamá-kiwi.
Querido ratón:
ResponderEliminarTienes un don para manejar las palabras. Gracias por compartirlo! Una de las cosas que he aprendido en nuestro particular Camino es que hasta las brújulas se pierden... Y por eso no hay nada más maravilloso en la vida que tener grandes amigos que te busquen (aunque esten cansados, aunque les toque deshacer lo andado) y te ayuden a volver a tu camino. Gracias a kiwi, Prometheus y Nobel por el regalo de conoceros y a mis queridos Saw y Ratón por ser simplemente extraordinarios. Brújula
Leyéndolo dan ganas de haber recorrido cada metro de ese "camino" con vosotros, que envidia me da. ¡¡Sois grandes!!(Gracias Arturo porque tú me has abierto las puertas de este grupo tan especial).
ResponderEliminar