miércoles, 27 de octubre de 2010

Restos de la Historia: Capítulos VI y VII.

RAPSODIA VI

     Al llegar la noche, la cabeza de Lucy no se detenía pensando que podría haberles ocurrido a los miembros del poblado, para que hubiesen salido de caza hacía seis soles, y todavía no hubieran regresado. Y es que, verdaderamente, su preocupación estaba justificada. Nunca una campaña se había prolongado tanto en el tiempo, y menos al radio de acción que se había dirigido la misma.
     Lucy era una joven como todas las demás, pero todos sabían que si hubiese nacido hombre, se hubiese hecho con las riendas de la aldea prontamente. Indudablemente, el sexo pesaba mucho, y ella sabía que nunca podría salir de caza ni defender su poblado en tiempos de guerra. Cada uno tenía su propio destino, y ella sabía bien cuál era el suyo. Cuidar de sus hermanos pequeños y trabajar en las labores del hogar era el cometido de cualquier mujer de su aldea.
     Lucy era muy inteligente, y sabía cómo hacer a la perfección que los otros pensaran que ella no sabía nada de lo que se hablaba. Siempre solía escuchar a los ancianos y mayores sin que estos la vieran, y aprendía mucho de esa manera. Pudo haber recibido un duro castigo más de una vez por su comportamiento, pero siempre actuaba con sigilosidad y reparo. Era de las personas más sensatas de toda la aldea, y aunque no se valorara, ella tenía su fiel amigo que la apoyaba en todo. Fileoxos sabía muy bien como era Lucy. Se conocían desde pequeños, pues sus padres, además de pertenecer a la misma sangre, habían batallado en una famosa escaramuza que enfrentó a su aldea contra unos enemigos ubicados en la otra ladera de la montaña. La guerra, como todas las guerras, tenía un objetivo. Y éste, como suelen serlo todos, era material, y estaba basado en el control del río. Fileoxos se sentía responsable de proteger a la joven Lucy, aunque le costara mucho controlar su ímpetu y valerosidad.
— Lucy, dijo el joven, quiero que te mantengas tranquila. Todo saldrá bien. En pocas horas estará todo preparado para marchar en una expedición en busca de nuestros padres y los compañeros que iban con ellos. Nos marchamos Garlet, Ualap, Ortsac, Acor y yo. Garlet es un hombre de gran confianza de tu padre, y conoce el territorio a la perfección, y sabe cómo encontrar a nuestra familia.
— Iré con vosotros. Sabes que os podría ser de gran ayuda. No conozco el terreno, y reconozco que no soy diestra en las armas; pero sabes compañero que pocos hombres me superan en valor e inteligencia.
     Fileoxos miró de forma detenida a Lucy. Tenía toda la razón en lo que había dicho, pero como hombre, y dado su papel anunciado por el Gran Anciano en la Cabaña de la Noche, no podía permitirle que fuera. Fileoxos era mucho más inteligente de lo que podía parecer a simple vista, y por ese motivo no negó la asistencia de Lucy a la campaña de búsqueda.
— Pequeña, dijo Fileoxos con una leve sonrisa en los labios. No te equivoques. ¿Acaso no crees que reconozca el valor y la inteligencia que posees? ¿Piensas que no se qué marcharías tu sola en busca de los compañeros y traerías a todos con vida? Erras en lo que piensas sobre mí. Ojala pudiera llevarte conmigo, sabes Lucy, pero tu función aquí, en la aldea, es mucho mayor de la que tu crees. Debes permanecer aquí y cuidar de los tuyos. Hazme el favor, y no lo pongas más difícil. Todo saldrá bien.
     Un emotivo abrazo cerró las palabras que se dirigieron. Una pequeña lágrima brotó y corrió por la mejilla de Lucy, hasta que Fileoxos la recogió con gran suavidad con las yemas de sus dedos. Se despidieron en ese momento, y no volvieron a verse hasta largo tiempo después.

RAPSODIA VII

     Justo empezaron a cantar preciosas baladas los pájaros asentados en las copas de los árboles cuando, los cinco compañeros, se dispusieron a llevar a cabo la campaña. Se hicieron con provisiones que introdujeron en pequeñas cestas, y que cargaron cada uno de los miembros, menos Fileoxos. Garlet era sin lugar a dudas el más experimentado. Conocía bien el territorio que les rodeaba, pero desconocía que les podía haber ocurrido a los compañeros. La caza mayor era muy peligrosa, y era consciente de que cualquier fallo podría haber provocado una desgracia en el grupo de caza.
     Andados cerca de mil pasos en dirección hacia donde el agua no tenía fin, y que ellos llamaban el Río Madre, encontraron una vegetación más frondosa, difícil de atravesar y que les obligó a emplear sus pequeñas armas para poder atravesar el espacio.
     Garlet se detuvo en un punto muy inusual. Él lo reconoció al instante. Era una base territorial cuyo objetivo era situar un punto intermedio entre la aldea y la zona de caza. Tras visualizar el espacio que tenía cerca de cinco pasos en forma circular, Garlet supo que los compañeros no habían vuelto a la aldea. Examinó palmo a palmo el espacio, y pudo comprobar que esa zona no había sido pisada por un humano en un lapso cercano a los siete soles. La base territorial era el nexo de unión entre el campamento base y la zona de caza. Era de paso obligatorio tanto en el camino de ida como en el de vuelta. Garlet supo entonces que algo grave había ocurrido.
     El grupo continuó el camino, y tras atravesar la vegetación, se llegó a un tramo muy rocoso en el que la vegetación se redujo muchísimo, y lo abrupto del relieve hacía mucho más peligroso el sendero. Pasadas tres horas desde el punto anterior, se llegó al campamento de despiece. Un cielo con una capa muy oscura amenazaba con lluvia, y minúsculas partículas de agua cayeron del cielo. La lluvia era muy débil, lo cual preocupó poco a nuestros compañeros. A ellos no les importaba mojarse, no entendían el sentido de la lluvia como lo entendemos nosotros, aunque poco les interesaba. Lucy tenía una percepción muy distinta sobre el agua que caía como un río desde lo alto de las montañas. Las preguntas que recorrían su cabeza cuando ocurrían cosas así eran de lo más extrañas. A lo lejos se divisó una colina que tenía una pequeña apertura a modo de cueva que tuvo la función de kill-site. Cuando se llegó a la cueva, el desánimo cundió en el conjunto de la expedición.
— Lo que temía se ha convertido en realidad. Pensaba que habrían llegado aquí con la pieza animal y habrían dispuesto a deshuesarla para su transporte a la aldea, pero ni siquiera llegaron a este punto, argumentó Garlet.
— ¿Qué significa esto?, preguntó Ualap. ¿Quieres decir que no han llegado a pasar por aquí? Esto es muy desconcertante, es como si la madre naturaleza hubiese absorbido sus cuerpos y hubiesen desaparecido por completo, sin sentido ni motivo.
— Me temo que no. Ya solo nos queda avistar la zona de caza. El ratio de cinco mil y siete mil pasos en esta dirección ha sido cubierto. Es muy difícil que hayan sobrepasado ese límite, y también bastante improbable que la dirección haya sido modificada. Nuestro objetivo es alcanzar la zona de la caza y comprobar que ha ocurrido allí.
— Está bien, afirmó Fileoxos. El resto de compañeros asintieron con la cabeza.
     De repente, como si de una cesta de agua le cayera a uno en la cabeza durante un baño en el río, un gran chaparrón asestó a nuestros compañeros. La pequeña llovizna que sorprendió al grupo se vio
sustituida por un chaparrón enorme que en pocos segundos caló a los cinco miembros de la expedición. Tuvieron fortuna al encontrase cerca de la cueva, que les sirvió de afortunado cobijo en ese momento. La lluvia se prolongó durante largo rato, y nuestros compañeros decidieron acampar en la covacha. Situaron sus cestas de agua en la repisa, para poder llenarlas de agua, y dispusieron algo de ramaje que encontraron en la cueva para acolchar de alguna manera el duro y húmedo suelo de la piedra. Ortsac sacó el instrumental para realizar algo de fuego que pudiera alumbrar un espacio totalmente inhóspito a la vista humana, y dotar de calor para conciliar el sueño. Garlet y Acor dispusieron a realizar un reparto equitativo de algunos frutos silvestres y algo de pescado que pudo cocinarse en las brasas de la hoguera. Tras una cena rápida, mediaron pocas palabras, pues la larga jornada dejó agotado el cuerpo y la mente de toda la expedición. Al poco rato, todos quedaron durmiendo, menos Fileoxos que hizo la primera guardia.
— Madre, tengo miedo de lo que pueda ocurrir, sollozó en voz tenue Lucy. No paro de pensar lo que pueda haber ocurrido.
— Cariño, no has de tener miedo. La madre naturaleza nos protege, al igual que nosotros cuidamos de ella. Nos mantiene con vida, nos alimenta y nos cobija. Nada malo puede pasar alrededor de ella. Al final siempre nos da la solución. Estarán bien, no te preocupes, y ahora descansa.

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