RAPSODIA VIII
Cuando el sol amanecía por el horizonte, un cielo doblemente luminoso adornaba las alturas. Garlet observaba maravillado el espectáculo que ofrecía la madre naturaleza. Vislumbraba el color rojizo anaranjado por una parte, y un espacio azulado de diferentes tonalidades al otro extremo. Los colores se fundían encima de la cabeza de Garlet como sí él fuera el que dirigiera la magnífica orquesta que deleitaba a sus ojos. Pasaron varios minutos hasta que Garlet pudo desinhibirse de la tentación de seguir mirando el cielo durante horas. Sabía que el destino de la aldea corría en sus manos, y el tiempo corría en su contra. Rápidamente se puso firme, despertó a sus compañeros, y se dispusieron a proseguir la marcha.
Repusieron sus cestas de agua que habían sido rellenadas en su totalidad por la noche. Éstas estaban forradas con ramaje trenzado y recubiertas con una capa fina de barro seco que actuaba como aislante para evitar la pérdida de agua. Sin embargo, justo cuando Ortsac se dispuso a recoger su cesta, pudo comprobar que la misma había sido derramada. Era improbable y difícil que pudiera haber ocurrido por sí solo, pues un pequeño agujero cóncavo servía como base para situar el pequeño cestillo de agua y dotarle de seguridad y estabilidad. Fileoxos comprobó que podía haber ocurrido, y rápidamente observó que junto a la cesta, donde el agua había sido derramada, una gran pezuña había dejado la imprenta sobre el barro todavía húmedo de la noche. Un jabalí había sido el autor de la fechoría, y poco había cuidado el mismo a la hora de evitar ser descubierto, pero ¿acaso le importaba eso? Su sentido primario era la necesidad de hidratarse, y fuera de quien fuera el agua, la necesidad imperiosa de sobrevivir era la que era.
Cuando hubieron definido todos los detalles, salieron a la marcha. Parecía mentira la lluvia que había caído el día anterior, pues un sol desgarrador acechaba el hábitat en el que se movían en ese momento. El agua y las reservas alimenticias que llevaban consigo poco tiempo podrían durar si el tiempo continuaba siendo tan inclemente. Ni una sola nube asomaba en el espacio, y poca vegetación servía como refugio esporádico ante el calor abrasador y agotador.
— Fijaos, dijo Fileoxos, parece que allí hay un pequeño vergel. Podemos descansar un rato y reponer nuestros víveres.
— De acuerdo, contestó Ualap. Es una elección acertada. Será conveniente hacer un pequeño detenimiento.
Tras llegar al lugar, apoyaron las cestas y el material que llevaban consigo. El espacio que habían recorrido había sido reducido, pero el calor que emanaba suponía un cansancio enorme. Mientras Fileoxos y Garlet marcharon en busca de algún riachuelo que pudiera ayudarles en su travesía, Acor, Ortsac y Ualap permanecieron en el lugar descansando y cuidando de los enseres que llevaban consigo encima.
RAPSODIA IX
Tras haber atravesado el lugar durante un corto espacio de tiempo, avistaron una colmena de abejas a una altura cercana a los cuatro cuerpos. Fileoxos no se lo pensó dos veces y se dispuso a trepar sobre el árbol. Tuvo que hacerlo solamente con la fuerza de sus brazos y piernas, pues el escalador manufacturado a base de ramaje muy consistente se había quedado en el lugar temporal en el que estaban los tres compañeros. Para conseguir hacerse con la rica y proteínica miel, Garlet lanzó una piedra que dio certeramente a la corteza. Cuando las abejas bajaron para atacar a Garlet, Fileoxos subió al árbol tan rápido como pudo para hacerse con el precioso tesoro. Agarró de forma inmediata la colmena y se la llevó corriendo hacía un pequeño llano en el cual con palos pudo espantar las abejas que quedaban. Finalmente, se hicieron con la miel, lo cual no evitó que ambos se llevaran más de un picadura que tuvieron que aliviar con barro húmedo aplicado directamente en el foco de dolor. Fileoxos se hizo con algunas hojas de gran tamaño para poner encima de ellas la miel recolectada. Enrolló la hoja sobre sí misma, y la miel que había dentro se aplanó. Ató la hoja con una rama fina, y se dispusieron a regresar.
De repente, un fuerte grito que por poco hizo temblar el árbol que estaba cerca de Fileoxos, estremeció a los compañeros. Fileoxos y Garlet se miraron y salieron rápidamente en busca de los tres amigos que habían dejado en la otra parte del vergel.
La cabeza de Garlet no dejaba de dar vueltas. La situación se complicaba cada vez más, y sufría al no saber qué era lo que había ocurrido. Hacía rato que había dejado de sentir dolor en las piernas, pues el temor y pánico del grito que escucharon le hizo olvidarse de todo lo demás y preocuparse sólo del grupo.
Cuando Fileoxos y Garlet llegaron al punto de encuentro, el panorama era poco halagador. Ortsac se encontraba tirado en el suelo. Un charco de sangre oscura rodeaba el muslo derecho de su pierna, y un ambiente de tensión y dolor rodeaba la escena del acontecimiento. El jabalí yacía a medio paso del cuerpo de Ortsac, todavía gimiendo, y con un cuchillo fabricado en sílex con empuñadura de madera clavado. Había sido atravesado por el lomo, pero no había prácticamente sangre, pues el arma entaponaba la salida de la misma. Fileoxos, ante el sufrimiento del ser vivo, asió su arma y rebanó el cuello del animal, para evitar mayor sufrimiento. Los ojos del jabalí dejaron de llorar, y su garganta, de gritar. A partir de ese momento, solo se oían los gritos de dolor de Ortsac. Ualap recogió ramas cercanas para recostar la cabeza del herido y conseguir que el dolor del compañero fuera menos intenso.
— Oíamos los gritos en la distancia. ¿Qué pasó? ¿Qué ha ocurrido? Habéis sido unos insensatos al intentar cazar la pieza por vuestra cuenta, debíamos esperar a estar todo el grupo unido, concluyó Garlet con gran dureza hacia el resto de miembros.
— Te equivocas compañero, nosotros solo estábamos descansando. Ortsac salió en busca de algún fruto silvestre, aunque le dijimos que nos esperara. No nos hizo caso, y de repente oímos el grito, salimos en su búsqueda y lo encontramos en el suelo. Acor asestó una puñalada acertada en el lomo del jabalí, y hasta ahí es todo lo que ha pasado.
— ¡Ya está bien!, exclamó en vez potente Fileoxos. Consideró que no es momento de reproches entre nosotros. Es momento de solucionar el problema ante el cual nos encontramos. ¡Garlet!, marcha en búsqueda de barro húmedo para entaponar la herida. Y tú, ¡Acor!, busca un ramaje consistente que pueda rodear la pierna, además de raíces que presionen la pierna. ¿De acuerdo?
— ¡Está bien!, se oyó al unísono.
Fileoxos exhortó de forma muy adecuada y acertada a todos sus compañeros. Poco a poco había ido tomando las riendas de la expedición, y lo que en principio parecía un grupo dirigido por Garlet, poco a poco la presencia de Fileoxos en el liderazgo de la compañía era cada vez mayor. El Gran Anciano no erró en sus pensamientos. Conocía muy bien la gran virtud y fortaleza interior de aquel joven, y sabía que antes o después debía convertirse en un líder importante en la aldea que vivía. Garlet había sido muy consciente de lo que había ocurrido, y de cómo Fileoxos había hecho primar el colectivo sobre el individuo. Acabada la leve discusión, Garlet giró la cabeza y, evitando cualquier mirada, sonrió para sí mismo como un gesto de aprobación y serenidad ante la actitud adoptada por Fileoxos. Era el destino del joven.
Fileoxos y Ualap se acercaron a Ortsac. El color de su piel era cada vez más blanquecino, sus ojos realizaban continuos espasmos al intentar cerrarse, y la fuerza que antaño poseía en las manos poco a poco iba desvaneciéndose como pequeñas nubes en el cielo. Al rato, Fileoxos pudo entaponar en parte la herida, aplicar un vendaje fuerte con hojas, y atar las mismas con ramaje. La sangre que perdía lo hacía a un ritmo más lento, sin embargo su vida corría mucho peligro, pues a medida que pasara el tiempo, nuestros amigos sabían que el destino final sería inevitable.
A las pocas horas, las alucinaciones no tardaron en hacer presencia, y los compañeros fueron conscientes entonces de que su momento había llegado. Su alma se convertiría en una luz lejana más; esa que por las noches iluminaría las alturas y se convertiría en los ojos de la Madre Naturaleza.
Garlet y el resto observaban con gran impotencia un panorama inevitable. La pierna había adquirido una tonalidad del color de las flores lila, y un hinchazón enorme iba recorriendo la longitud de la extremidad. No había nada que hacer. Ortsac exhaló el último suspiro, y su corazón dejó de latir. Acor pasó suavemente sus manos por la cara del difunto, y selló sus ojos para siempre.
Cayó la noche, y nuestros miembros comieron algo, aunque bien poco dadas las circunstancias, y nada en relación al gran desgaste energético que habían hecho a la lo largo de la jornada. Fue una noche ya no especial, sino más bien diferente. Nuestros amigos no pegaron ni ojo, a pesar del gran cansancio, y sus cabezas no pararon ni un solo instante de pensar en lo ocurrido. La noche fue la más larga de toda la vida de nuestros amigos, fue prácticamente interminable. Lucy, asomada en su cabaña, vio pasar una luz extremadamente bella que atravesó el oscuro horizonte como un salmón que asciende el río a saltos. Lucy se enamoró de esa luz, pero desconocía qué era, qué significaba. A la mañana siguiente, con la luz de un nuevo sol naciente, los miembros de la expedición decidieron sepultar el cuerpo bajo la tierra en la que había muerto. Sus costumbres pasaban por inhumar a sus difuntos en pequeñas necrópolis cerca de la aldea, pero la situación era arduo complicada, y la solución que se tomó fue sin duda la acertada.
RAPSODIA X
Una zanja con grandes dimensiones fue abierta en la tierra, en el mismo lugar en que su cuerpo había sido golpeado por el asta de jabalí. La tierra fue excavada con unas pequeñas hachas de mano muy arcaicas que facilitaron, en parte, la faena de cavar el hoyo en la tierra. Cuando llegó el momento de definir la cista, tuvo que realizarse ésta con las manos con sumo cuidado, para evitar de ese modo que la tierra se viniera abajo y sepultara el agujero. Acor y Ualap fabricaron una gran cesta que sirvió para llenarla de agua en una poza algo alejada del lugar. Esa agua sirvió para lavar el cuerpo del difunto. Quitaron todo su ropaje, y éste fue quemado en una pequeña hoguera de ofrendas establecida a pocos pasos de la zanja. El cuerpo fue lavado con delicadeza con agua y hojas, y la sangre limpiada del cuerpo. Tras esto, Garlet ofició una pequeña ceremonia en la que se mediaron dos palabras: Ortsac, difunto. Ortsac había dejado de llamarse con su nombre, y ahora recibía el nombre de difunto. Su cuerpo se quedaba con ellos, en la tierra, hasta que la Madre Naturaleza se alimentara de él; y su alma, su espíritu, lo que ellos conocían como el adnasi, subía al cielo para unirse a la gran luz del día, y las luces de la noche. El difunto había sido consagrado, y Garlet cedió a Fileoxos una pequeña cesta de barro húmedo. Fileoxos aplicó pequeñas porciones del mismo en los párpados, boca, nariz, oídos y manos. El objetivo de esto estaba lejos de que esos elementos le sirvieran en una vida nueva en el Más Allá. La necesidad radicaba en conseguir ofrecer la vida y la existencia, a la Naturaleza. Se trataba de un rito a la fertilidad a través de la muerte. Estas personas pensaban que cuando un ser vivo dejaba su cuerpo, abandonaba el mundo de los vivos, dejando su lugar, su espacio, a un nuevo ser vivo, que nacía a cambio del que había muerto. El cuerpo fue depositado de forma muy delicada sobre el nicho. El cuerpo presentaba una disposición fetal, y estaba orientado hacia el Río Mayor. Las armas del difunto fueron depositas a uno de los lados, con el objetivo de mantener la valerosidad, valentía y fuerza que había mostrado en vida. Al poco, sus antiguos compañeros depositaron en la tumba algunas ramas que servían como ofrenda, y eran una forma de demostrar la amistad y unión que había existido entre ellos en vida. Se trataba de crear un vínculo entre la vida y la muerte. Tras pocos segundos, todos fueron cubriendo la sepultura con la misma tierra que anteriormente había cubierto el agujero, y rápidamente el cuerpo fue cubierto y sepultado para desaparecer de la tierra. Justo cuando se acabó de aplanar la tierra, se cogieron piedras de dimensiones medias que fueron situándose en forma circular a lo largo del perímetro en que había sido enterrado el difunto. Las piedras fueron colocadas muy conscientemente alrededor de la tumba, con el objetivo de señalizar la zona sagrada de la sepultura. Fue en ese momento cuando la hoguera fue apagada con agua, y el rito terminó.
La luz del sol brillaba con fuerza. Lucy cuidaba en el río de sus hermanos que jugaban sin descanso con el agua que corría con gran caudal hacia abajo. Pensaba en su padre, en los el resto de hombres que habían marchado, y en Fileoxos. Cuando llegó la noche, Lucy se tumbó en la tierra como había hecho muchas veces con su amigo, y vislumbró una maravilla difícil de explicar encima de ella. La oscuridad de la noche, y la luz de las estrellas creaban un escenario total para pensar, una dualidad enorme y difícil de abarcar con palabras, hechos o pensamientos. Lucy pensó en voz alta: ¡Somos tan insignificantes! Fileoxos miraba en ese mismo momento el cielo oscuro e iluminado. ¿Podían sus miradas coincidir en el mismo punto desde lugares tan distantes?
RAPSODIA XI
La tarde iba desapareciendo, y la noche cernía el territorio poco a poco. El equipo había tomado ya posiciones. Cada uno de los miembros de cazadores estaban ubicados en sus puestos, y sólo esperaban a que Egorj alzara sus brazos en forma de cruz para comenzar el ataque. Divad aparecía encaramado en la copa de un alto árbol para observar cómo los dos elefantes lanudos adultos y la cría iban comiendo del cebo que había sido preparado. Iom y Leinad aparecían detrás de dos grandes roquedos, escondidos a la vista de los animales, pero a pocos metros de ellos. Eran sin lugar a dudas los que mayor peligro corrían. Por último, Esoj y Nanref se ubicaban en el extremo opuesto al roquedo. Formaban un rombo perfecto en el cual en su centro aparecía la presa. La escapatoria era complicada para unos animales que, cuando vieran el fuego, intentarían huir de forma dramática.
Egorj estaba nervioso, pues de normal Divad no tardaba tanto tiempo en realizar su señal. A su vez, la preocupación de que el plan fracasara estaba en la cabeza de todos. No podían fallar. Llevaban ya mucho tiempo allí y el poblado necesitaba alimento y pieles para preparar el duro invierno. Llevaban esperando varias noches hasta que las presas alcanzaron el lugar. La situación era idónea. Divad meneó la copa del árbol con enorme fuerza, y solo un elefante se percató, aunque giró el cuello de nuevo y continuó comiendo los frutos que habían sido depositados por los hombres. Egorj no tardó en reaccionar, y tomó la posición de brazos en cruz. Los dos flancos observaron la señal, y rápidamente se dispusieron a atacar. Esoj y Nanref asieron pesados troncos rodeados con ramas enormes que prendieron de la pequeña hoguera en pocos segundos; y el flanco contrario tomó la misma medida. Un potente humo negro grisáceo ascendió a las alturas de forma inmediata. Los elefantes fueron conscientes al momento de la situación de peligro que atravesaban. Estrecharon el círculo en el que se encontraban, y comenzaron a emitir gemidos ante el miedo que les amenazaba. Los adultos comenzaron a correr en círculo intentando buscar una salida por algún lado, pero la estrategia de los hombres era infalible. Un hoyo de gran profundidad excavado en la tierra serviría de trampa para obligar al animal a caer en él. El agujero estaba camuflado con ramaje y algunos tablones que lo disimulaban muy bien. Los hombres fueron poco a poco estrechando el cerco. En ese momento, uno de los adultos consiguió huir, pero el otro adulto y la cría tenían difícil escapatoria. El cerco fue prolongándose hacia un lateral hasta que el adulto pisó en falso sobre el agujero. Intentó reponerse haciendo fuerza con las patas delanteras, pero los cuatro hombres que llevaban el fuego amenazaron al elefante, cayendo finalmente a una altura de cinco pasos. La cría cayó poco después sin oponer gran resistencia. Los gemidos que hacían eran desgarradores, y Egorj sabía que pronto debía acabar con esos ruidos si no quería que se presentara una manada mucho mayor. Los cinco miembros asieron grandes losas de piedras que comenzaron a lanzar contra los cráneos de los animales. La cría fue abatida prontamente, pero el adulto demostró casta y no se dejó golpear con las rocas. Se puso a dos patas, apoyando las delanteras en la pared, e intentó impulsarse varias veces, consiguiendo únicamente perder fuerzas y agonizar en su situación final. Una lanza fabricada por Leinad y lanzada por Esoj acertó en la parte superior de la trompa del elefante lanudo. La sangre comenzó a brotar, y los gemidos por la trompa eran cada vez mayores. Fue entonces cuando Divad realizó un grito enorme y comenzó a mover la copa del árbol con gran insistencia. Nanref fue el primero en darse cuenta de que algo malo ocurría. Avisó a sus compañeros y prontamente tuvieron que ir a refugiarse, pues las llamas habían consumido las ramas. Los compañeros se escondieron, pero Divad continuaba sin detenimiento de mover las ramas de la copa. Era extraño, y el equipo desconocía por qué motivo reaccionaba de esa manera.
Al momento, unos ruido enormes que provenían del cielo y creaban unas luces zigzagueantes, fueron el preludio de una lluvia intensa que poco dejaba ver que ocurría en la lejanía. Mientras tanto, las presas continuaban en la zanja, y se oían aún los gemidos del elefante.
RAPSODIA XII
Una espesa bruma recorría el horizonte. La abundante lluvia que caía del cielo se mezclaba con la humedad de la naturaleza, dando como consecuencia una niebla que lo cubría todo, absolutamente todo. Algo temeroso recorría en las mentes de nuestros compañeros, aún sin saber lo que realmente ocurría. Desconocían absolutamente que eran esas luces tan brillantes que caían con tal virulencia contra la tierra y emitían una brillantez tan maravillosa, tan pura y enorme, que pocas cosas habían tan similares y grandes como ella. Quedaron sus pupilas maravilladas ante el casual concierto celestial.
De repente, la lluvia cesó. Las nubes fueron poco a poco descomponiéndose en pequeños espacios que acabaron desapareciendo y permitiendo dejar atravesar la fuerza de la Gran Luz que les daba vida. Cuando nuestros compañeros observaron el territorio totalmente anegado, avistaron el árbol desde el cual Divad había hecho sus gestos. La copa solo se movía por la fuerza del aire, pero no se veían ya ningunas manos que lo movieran. Algo había pasado con Divad.
Los cinco miembros anduvieron hacia el lugar con suma cautela. Se acercaron hacia la zanja desde la cual los elefantes habían caído. Éstos habían expirado su último hálito, y ya solo quedaban los cuerpos de los animales presentes en el lugar. Egorj giró su cara rápidamente, al oír un fuerte golpe, y observó a un gran grupo de hombres que empuñaban grandes piedras y lanzas poco elaboradas. Fue en ese momento cuando, al reaccionar, vio el cuerpo de Leinad en el suelo. Una fuerte piedra había golpeado su cabeza y había quedado tirado en la tierra. La sangre le brotaba por la frente como un torrente de agua turbia, e iba formando un gran charco bajo su cabeza. Las esperanzas de supervivencia de Egorj y el grupo eran mínimas. Egorj pensó que estaría haciendo su hija Lucy en ese momento. La echaba tanto de menos. Generalmente, los humanos, somos una especie magnífica, tan brillante, en tantas cosas, y tan absurda en otras, que echamos en falta aquello que hemos tenido y querido solo cuando lo hemos perdido, solo cuando no podemos tocarlo, verlo, amarlo. Leinad dejó de respirar. El golpe había sido tan certero que el sufrimiento de éste fue pasajero. En segundos se había marchado ya su adnasi a las alturas de la tierra. El cuerpo descansaba exánime sobre la húmeda tierra.
Nuestros cuatro amigos no reconocieron a aquellos hombres, aunque mejor dicho, no reconocieron incluso que fueran hombres como ellos. La verdad, nunca habían visto hombres como ellos. Egorj no tenía mucho tiempo para pensar qué eran ni cómo eran, pues la verdadera pregunta radicaba en qué les podría pasar si permanecían allí, pues la muestra de que eran buenos atacantes había quedado palpable con el eficaz ataque a Leinad.
Aquellas personas no medían más de seis palmos. Su altura era desconcertante, parecían niños en edad adulta. Sin embargo, mayor extrañez obtuvo Iom y el resto cuando vieron que sus cuerpos desnudos, o más bien ataviados con un pequeño taparrabos, eran peludos y muy oscuros. Las extremidades, el torso y la cabeza estaban recubiertas por un frondoso vello oscuro que dejaban entrever muy poca piel que les cubría por dentro. La cabeza mostraba formas muy extrañas. Las cejas tenían unos salientes enormes, como los de la cornisa de una caverna; y el mentón de todos ellos tenía una forma cuadrada que desfiguraba el tono facial. Estaban atónitos ante tales características físicas. A pesar de lo inoportuno del momento, Nanref pensó que aquellos seres parecían más osos de las cavernas que humanos como ellos. Para Egorj, lo único que les hacía humano era que caminaban a dos patas, como ellos. Sin embargo, el pensamiento de estos cazadores cambiaría muy pronto ante los acontecimientos que iban a ocurrir. Egorj, Esoj, Iom y Nanref se hallaban en una situación de peligro, y debían luchar por sus vidas.
RAPSODIA XIII
— Acabemos con ellos de una vez, ¡al final sólo nos buscaremos problemas!, y entonces… no conseguiremos nada. ¡Ni una cosa ni la otra!
— ¡Ya está bien, dejadme ya! Los tenemos ahí, son nuestros, y no escaparan. El objetivo ya estaba decidido, ¡y es el que es! No podemos dejarlo porque dos de vosotros seáis inútiles. ¡Estoy harto de vosotros y vuestras simpleces! Dejadme ya y dadle por favor una alegría a algún animal hambriento que haya por ahí y devore vuestras estúpidas cabezas.
— ¡Estamos muy tranquilos! Y desde hace mucho tiempo que esperamos una oportunidad como ésta. No dejare que se nos escape por nada, ¡absolutamente por nada!
Nuestros compañeros no pudieron evitar sorprenderse. Sus supuestos enemigos mantenían una discusión muy acalorada. Desconocían los motivos de la misma, pero sabían que iban en relación a qué hacer con ellos, o mejor dicho, con sus vidas. Sin embargo, lo más llamativo que aclamó la mente de Egorj y los suyos fue que manejaban la palabra como ellos, y podían comunicarse con claridad y perfección. Egorj y Nanref, dada su mayor edad, tenían una gran experiencia. Habían visto mucho tiempo atrás seres similares a los que se habían topado, aunque con una salvedad: se entendían a modo de gestos y sonidos muy simples. Sin embargo, éstos eran muy diferentes y, sobre todo, mucho más peligrosos. Egorj comprobó de inmediato que sus enemigos presentaban armas muy peligrosas, y que, por supuesto, sabían manejar muy bien. Uno de ellos, que parecía el que menos seso tenía porque no hacía más que mirar para todos lados y no conseguía retener su fluido salival en la boca, tenía en las manos grandes piedras de río dispuestas a lanzarlas contra alguien como osara escapar. Tenía cara de pocos amigos, pero a pesar de parecer muy insensato, también demostraba tener más puntería que todos los allí congregados. Otro de ellos, de similar altura, aunque al parecer un poco más sesudo, tenía en sus manos un potente tronco de madera que debía sostener con sus dos fornidos brazos. El tronco estaba acabado con una enorme punta afilada que aterrorizaba con sólo verlo de lejos. Otro miembro tenía una gran red hecha de ramas que cargaba sobre su espalda, y que se disponía a extender sobre el suelo; y por último, dos personas más. Uno con un pequeño tronco en cada mano acabado en un pequeño soporte pétreo afilado, a modo de lanza; y el otro, que parecía el más inteligente, por pose y palabras, y que fue el primero en comenzar a dirigirse a sus contrarios.
— ¡Dejad las armas en la tierra, y entregad vuestras vidas al destino del hombre! Nosotros somos la verdad, sólo sobrevive el más fuerte, y también el más valeroso y decidido. ¡Acabar con vuestras vidas, o cederlas a nuestras armas!
En eso que Egorj, mirando antes a sus compañeros, contestó rápidamente denotando su calidad de líder del grupo, no sin antes infringir una dura mirada a aquel mitad oso mitad hombre que tenía un charco de babas en el suelo.
— Desconozco el objetivo de tu grupo, no entiendo el destino de los tuyos. Has acabado con el adnasi de nuestro compañero, y lo justo es acabar con la existencia de uno de los tuyos. La…
— ¡Deja de hablar de esa manera!, acabó de forma tajante con las palabras de Egorj. No estás en situación ventajosa ni para ti y ni para los tuyos. Acabaremos con todos vosotros de tal forma que nadie podrá velar vuestro cuerpo nunca. Estamos deseando hacernos con vosotros, ¡no conseguiréis salir!
Iom había perdido el norte. Había quedado alucinado como el hombre que tenía las grandes piedras intentaba deshacerse de varias moscas que le rondaban la cabeza. Más de una vez estuvo a punto de darse en la cara con alguna piedra en cualquier momento. Fue entonces cuando Nanref habló.
— Defiendo a mi compañero, y defiendo a mi grupo, pues es mi deber mantener en la tierra el adnasi de los míos. Volver por donde habéis venido, pues esta zona ya estuvo ocupada por
nosotros y nuestros antepasados tiempo atrás. ¡Vuestras sucias bocas no merecen nuestras sabias palabras!
— ¿Nosotros huir? No nos hagáis reír. Nadie ha sobrevivido para contar que ocurre cuando alguno de vosotros es raptado por mi grupo, aunque pronto lo sabréis. Acabaremos con vuestras vidas muy lentamente para haceros sufrir y no retornar a esta tierra nunca más. Os dejaremos solamente con los huesos, y pelaremos vuestras pieles con los dientes. Vuestras mujeres serán raptadas de los lugares donde permanecéis, y las haremos nuestras, Nuestra gente sobrevivirá, y vosotros… ¡desapareceréis!
Se les encendieron los ojos de una manera tan vivaz que nuestros compañeros entendieron que la situación en la que se encontraba no era la más adecuada. Iom pensó en lo que le habría pasado a Divad, en si estaba muerto o vivo. Los nervios no dejaban pensar a Nanref, y Esoj y Egorj estaban clavados al suelo. Fue en ese momento de gran incertidumbre cuando Egorj asió de la mano a Iom y le susurró.
— Corre tan rápido como si el mismísimo Gran Río intentara tragarte con sus olas. No mires atrás, pues seguramente cuando lo hagas ya estemos en el suelo. Piensa solo en ti y en Esoj. No podemos permitirnos arriesgar la vida de los cuatro por toda la de la aldea. Se fuerte y corre, ¡sálvanos hijo!
Egorj y Nanref daban la vida por la aldea. Egorj cerró los ojos y vio como Lucy jugaba en el río con sus hermanos pequeños mientras él tallaba las pequeñas figurillas de madera que tanto gustaban a su primogénita. A Egorj se le pasó por la cabeza aquellos momentos más bonitos de su vida, los cuales pasaban siempre por que su hija, su preciosa hija, estuviera en ellos. Iom y Esoj salieron corriendo, y en eso que Egorj lanzó una fuerte pedrada al enemigo estúpido, y que le dio en la nariz. El hombre se miró las manos ensangrentados, momento en el cual se le encendieron los ojos, y marchó contra Egorj. Esoj e Iom ya habían huido tanto que habían dejado el combate en la lejanía. Seguían corriendo sin parar, y las lagrimillas de los ojos de Esoj se perdían en el aire de la discordia, y de la pena.
RAPSODIA XIV
Fileoxos y sus tres compañeros prosiguieron la marcha. Ya había amanecido, y la Gran Luz que emanaba de las alturas del cielo denotaba un enorme poderío sobre los insignificantes entes que radicaban en la tierra. Los ánimos habían decaído de forma conmensurable, y las palabras que se lanzaban unos a otros solían estar fundamentadas ante la necesidad propia del momento, y cargadas de un odio y rencor ilógico e innecesario. La realidad es que todo ser humano tiene la necesidad de discutir, de debatir, y de enfrentarse a los de su propia especie. Radica en la existencia íntima e innata de nuestro ser. Es el ánimo que muchas veces les mueve, y nos mueve y conmueve para ser mejores, para hacernos mejores, fuertes, superiores y evolucionar.
La discusión que se había creado en el ambiente y en las cabezas de Fileoxos, Garlet, Ualap y Acor era idílica, era personal de cada uno de ellos. El intento de entender porque Ortsac ya no estaba con ellos, porque su adnasi se había convertido en una nueva luz al anochecer, suponía una discusión dentro de sus corazones, y que traducía al instante un sentimiento de injusticia y dolor que se expulsaba mediante la crítica mutua. Poco o nada de los personajes que relatamos en nuestra obra conseguían entender algunas cosas que nuestro narrador en off intenta expresarnos. Sin embargo, lo que sí que era cierto es que nuestros personajes debían luchar por su objetivo, por el mandato que se les había exigido y que también ellos habían asumido.
— ¡Ánimo compañeros! El camino se hace cada vez más corto. Pronto encontraremos a nuestros amigos y podremos regresar a la aldea con los nuestros. Un pequeño esfuerzo dará la recompensa que tanto esperamos.
Acabó de hablar así Fileoxos, exhortando y animando a su compañía para seguir adelante. Fileoxos puede incluso estuviera más cansado que el resto, pero su carga era pesada, y debía mantenerla él. Ser uno más en el grupo, aunque con un peso mayor, era algo importante para él, y que a Fileoxos le gustaba enseñar. Quería demostrar que no había nada entre él y su objetivo.
— Tienes razón, asintió Garlet con un gesto de aprobación. Hemos conseguido lo más difícil, que ha sido llegar hasta aquí. Uno de los nuestros ha perdido el alma, y debemos continuar por él. Sabéis que su luz nos protege por las noches, y poco o nada hemos de temer a la oscuridad. ¡Sigamos con ánimo!
Garlet conocía a la perfección el gran peso que cargaba Fileoxos, y por ellos había querido mantener su fuerza con un ánimo similar al suyo. La motivación del grupo creció mucho más, y las caras serias y cansadas pasaron a demostrar fuerza y esperanza. Tras largo rato andando, observaron un denso bosque que irrumpía en el paso. Decidieron atravesarlo para acortar el camino. Garlet sabía que el escenario de caza se encontraba justo detrás de ese bosque, y que ahí estarían sus amigos sanos y salvos. Garlet y Fileoxos iban un poco por delante por si alguna trampa o enemigo les acechara. Siguieron atravesando el frondoso bosque cuando, de repente, algo sucedió. Fue en ese momento cuando, de repente, Fileoxos exclamó:
— ¡sssssssssssssssssssssshhhhhhhhhhhh!, dijo Fileoxos pidiendo silencio. ¡Algo he oído, tiraos al suelo todos!, expresó susurrando casi en silencio.
— ¿Pero qué?…………………, lanzó Ualap.
— ¡sssssssssshhhh!, soltaron todos al unísono.
Un silencio total recorría el ambiente, y solo el ruido de las ramas de los árboles al balancearse y el sonido de algunos pájaros mantenía el equilibrio de la naturaleza. Todos se miraban a los ojos ante el desconcierto. Fileoxos había oído algo, pero desconocía que era. Todos y cada uno de los miembros de la expedición fueron sacando, de forma muy sigilosa sus armas para empuñarlas en caso que fuese necesario. Tras un pequeño silencio, una voz estruendosa se acercó con gran ímpetu hacia Fileoxos y los suyos.
— ¡Ah!, mantuvo durante largo rato en su garganta abierta.
— ¿Pero qué es ese ruido? ¿De dónde viene?, preguntó a los suyos Fileoxos.
— ¡Ah!, se oyó de nuevo.
— Este grito procede de otra parte, dijo Garlet. Deben ser al menos dos, ¡tened cuidado!
— ¡Ahí están, cuidado! ¡Van armados!...
— ¿Eh? ¿Pero qué hacéis?...
— ¡Anda! ¡No es posible, que maravilla es está que gozan nuestros ojos!
Los corazones de Iom y Esoj despertaron y se aliviaron al descubrir lo que veían sus ojos. Llevaban más de cuatro soles esperando en el bosque escondidos tras lo sucedido, y sus cuerpos mostraban síntomas de deshidratación y desnutrición. No habían podido salir del bosque por temor a que les encontraran. Fileoxos, Iom y el resto se fundieron en multitud de abrazos que significaban una gran alegría por haberse encontrado. Sin embargo, todavía quedaba mucho por pasar, y Fileoxos lo sabía.
— ¿Qué es lo qué ocurrió? ¿Y el resto? ¿Dónde están Egorj, Nanref, Leinad y Divad? Por favor, explicarnos todo lo ocurrido.
— Es una larga historia, contestó Iom, y hay muy poco tiempo que perder. Llevamos mucho tiempo aquí resguardados del peligro, y si esperamos más tiempo solo conseguiremos empeorar las cosas.
— Está bien, habló Garlet. Vayamos de camino y contarnos lo sucedido. No hay tiempo que perder, debemos pues salir de inmediato.
Iom y Esoj tomaron algo de agua y frutos de sus compañeros, con lo que pudieron retomar algo sus fuerzas. En el camino, Iom contó todo lo ocurrido. Desde el largo tiempo que había pasado hasta que las presas llegaron al lugar de caza, los enemigos que se habían enfrentado a ellos, su fisionomía, y el tiempo que habían estado escondidos en una pequeña madriguera del bosque que les había permitido alimentarse algo, aunque muy poco para ellos. Habían llegado ya a la zona de caza, y la sorpresa mayúscula estaba aún por llegar.
RAPSODIA XV
Justo llegaron a la fosa artificial excavada en la tierra, asomaron la cabeza y lo único que vieron sus ojos fueron un puñado de cenizas y troncos y huesos calcinados. Aquellos seres eran
muy inteligentes, y habían acabado con las presas que habían cazado porque sabían lo importante que éstas eran para el grupo y la aldea.
Fileoxos estaba temeroso sobre lo que Iom y Esoj le habían dicho. Temía que hubieran llegado a la aldea y hubiesen raptado a todas las mujeres. Todos sabían que si eso ocurría se daría el fin de su aldea, de su gente, y de su pueblo.
— Debemos proseguir el viaje, de lo contario todo estará perdido para nuestro futuro, dijo Fileoxos.
Todos asintieron al unísono y retomaron el camino. Fue al poco cuando llegaron al árbol desde el cual Divad agitaba sus ramas para avisar a las distintas posiciones sobre cuando debía empezar la caza o cuando existía el peligro. Divad había desaparecido, y el cuerpo de Leinad también. Sabiendo en que se caracterizaba la dieta de sus enemigos, no era difícil pensar que habían hecho con sus cuerpos. Las esperanzas eran mínimas, y el camino de vuelta a casa debía ser más que rápido, en alerta máxima, para evitar ser atacados y para conseguir coger en el camino a sus enemigos. La pregunta que todos se hacían era: ¿cómo había reaccionado Egorj y el resto? ¿qué les habría ocurrido? Comenzó a oscurecer y la expedición formada ahora por seis hombres decidió acampar en un pequeño llano que presentaba un arrollo cercano. Ualap y Acor consiguieron cazar dos pequeñas liebres que sirvieron de cena, acompañadas de un pescado alcanzado con gran certeza por Garlet. La cena fue rápida, y el descanso mínimo, pues durmieron un breve espacio de tiempo para seguir la marcha en la nocturnidad y recortar distancia a sus enemigos. Fileoxos conocía muy bien a Egorj, y sabía que de alguna manera se las habría ingeniado para mantenerse en vida.
RAPSODIA XVI
Conforme fueron avanzando, el camino se hacía cada vez más largo e inacabable. Las caras de todos ellos mostraban un cansancio enorme. Los ojos medio abiertos, las espaldas curvadas y los pies arrastrando por el suelo eran muy significativos en el ánimo de todos. De repente, Esoj pareció ver algo en la distancia y mandó detenerse al resto de la compañía.
— ¡Fijaos! ¡Sí, sí! ¡Allí en la distancia, mirad todos al lado de esa pequeña colina! Parece una humareda, y seguramente no lleve mucho tiempo apagada.
— Es cierto, replicó Esoj. Deberíamos ir ahora con mucha preocupación, no hay duda de que hemos hallado su rastro, ¿pero?...
— Sí, contestó rápidamente Fileoxos a Esoj. Te interrumpo porque se lo que ibas a decir. ¿Cómo es posible que después de tantos soles les hayamos alcanzado tan prontamente? No lo entiendo. Es imposible que hayan perdido tanto tiempo, debe haber ocurrido algo para que deban haber parado tanto tiempo. ¡Es increíble!
— No me extraña, argumentó Garlet. Egorj ha vivido situaciones muy difíciles a lo largo de su vida, y que han demostrado que es un hombre muy inteligente y que está muy por encima de cualquiera de su especie. Alguna estrategia habrá planeado para engañarles. Seguro que ha usado su fabuloso ingenio para que hayamos podido alcanzarles.
Por detrás de la montaña, Egorj y Nanref intentaban sobrevivir. Habían conseguido ganar algo de tiempo engañando a los hombres que les tenían presos. Sin embargo, la situación iba siendo cada vez más problemática. Egorj conocía fantásticamente el terreno, como la palma de su mano, y lo que había hecho había sido dar vueltas en forma de ocho para nunca llegar a su destino y así retener a sus enemigos el mayor tiempo posible. Egorj sabía que si la aldea había mandado una expedición de búsqueda, Garlet iría en ella y sabría cómo actuar. Y así fue.
— ¿Pero qué está pasando aquí? ¿Cómo es posible que llevemos un sol entero caminando y todo me parezca lo mismo? No puedo creerlo, estoy harto.
— Relaja tu razón, y tu corazón, imponiendo tu ánimo y bravosidad sobre tu mente nunca conseguirás imponer la lógica, contestó, al parecer, el más inteligente de todos. ¡Pedazo de
rama de árbol podrido!, pensó en voz interior para sí mismo, aunque la mirada bastó para decirle lo que pensaba.
— ¡Jefe! ¡Fíjese! Ahí está el humo de la hoguera que encendimos la otra noche. Lo habíamos dejado atrás y de repente lo llevamos delante de nuevo.
— ¡Maldita sea! ¿Acaso pensáis que somos inútiles? ¿Creíais que podríais engañarnos continuamente? No nos conocéis nada bien. Os devoraremos aquí mismo como hemos hecho con vuestros otros compañeros, de esta manera acabaremos con todo esto.
— ¡No os engañéis a vosotros mismos, ni a nosotros tampoco!, contestó Egorj. ¿Acaso piensas que somos tontos? Si acabáis con nosotros, ¿quién os llevará a la aldea? No tenéis otra salida que mantenernos con vida. Debéis mantenernos con vida cueste lo que cueste.
El jefe miró enfurecido a Egorj. Nanref le miró con asombro, y supo que eran un seguro de vida, al menos hasta cierto tiempo. De repente, uno de ellos, extrajo de una pequeña funda de su cadera un cuchillo hecho en madera que clavó profundamente en el cuello de Nanref. Sus ojos quedaron blancos por momentos, al igual que su piel. Egorj pudo alcanzarle por la espalda con los dos brazos, pero Nanref cayó al suelo como una gran rama que caía de un árbol con gran fuerza. Su cuerpo se desplomó, y reaccionó poco a su alrededor. La sangre le brotaba del profundo agujero del cuello, y Egorj tuvo que poner su mano en el mismo para evitar que se desangrara al instante. Una pequeña lágrima cayó de los ojos de Egorj, y Nanref no llegó a notarla aunque cayera sobre su cara. Su corazón había dejado de latir. Egorj cerró los ojos de su compañero y dejó caer muy lentamente su cabeza sobre la tierra.
— ¡Vosotros no sois seres humanos! Por mi hija, y por toda la aldea. Si consiguiera ponerme en una posición de favor, acabaría con vosotros. Os desharé por dentro, acabaré con vuestras vidas de forma lenta y dolorosa, y dejaré en una montaña vuestros cuerpos con vida para que los buitres devoren vuestras entrañas y podáis verlo y sufrir. ¡Estaré ahí para verlo! Por Nanref, Divad y Leinad. Os acordaréis de mi cara cuando crucéis el Gran Río, cuando llegué vuestra lastimosa hora.
Una carcajada común roció el ambiente en el que estaban los cinco agresores y el único superviviente. Fue en ese momento, cuando un ruido que se parecía al aleteo de una rapaz, produjo un gran silencio. El más desgraciado de todos cayó al suelo fulminado. Acor le golpeó en la sien con una potente piedra que lo dejo inconsciente. El grupo había quedado atónito, y no supo reaccionar. Fue en eso que Egorj pudo hacerse con el cuchillo con el que se había dado muerte a Nanref y asió el cuello del jefe del grupo. El resto tiró las armas al suelo. Egorj, Garlet y el resto tenían la situación controlada; y los dos grandes amigos se miraron con gran complicidad al observar el triunfo de su plan. Fileoxos y el resto ataron las manos de sus enemigos con algunas ramas que llevaba encima Ualap. La aventura había llegado a su fin. Habían muerto algunos de sus compañeros, pero era algo que el destino de la Madre Naturaleza había deseado de esa manera. Egorj quiso cumplir con su deseo, y vengar la indeseada muerte de sus compañeros. Subió la colina que estaba más cercana al lugar en el que estaban. Fue, sin duda, el esfuerzo físico más llevadero y ágil que había tenido en todo este tiempo. Egorj no habló con nadie, y sólo dio un gesto de aprobación a Fileoxos, que éste interpretó muy gratamente. Fileoxos se fortaleció y creció como persona al acabar esa aventura. El Gran Anciano había tenido toda la razón. La Naturaleza les había dado todo lo que necesitaban, les había defendido y mantenido con vida. Fileoxos sabía que aunque él muriera, y todos los humanos que vivieran después que él murieran también, el hombre siempre defendería a su Madre, nunca la defraudaría, siempre viviría con y para ella. Nunca la dejaría de lado.
Una vez hubieron alcanzado la cima, Egorj clavó unas estacas de madera hincadas al suelo. Éstas penetraron con gran facilidad al ser un terreno muy arcilloso y blando. Ataron a cada uno de ellos en los palos que habían sido dispuestos con gran distancia entre ellos. Egorj pidió a todos que marcharan colina abajo, mientras él quedaba arriba. Al largo rato, Egorj bajó del monte. Los buitres ya llevaban tiempo revoloteando sobre la cima.
Fileoxos y el resto del grupo habían fabricado una camilla de madera trenzada con ramajes que sirvió para transportar el cuerpo sin vida de Nanref. De Divad y Leinad no había quedado nada, pues sus cuerpos habían sido devorados por los caníbales. Fue entonces cuando retomaron el camino hacia casa. El camino fue mucho más rápido que el de la ida, a pesar de ser por el mismo sitio. Pararon cerca del río para descansar y reponer provisiones. Esoj y Ualap montaron la guardia en los dos flancos donde se había acampado, y fueron relevados por Fileoxos y Esoj. Cuando todavía no había salido la Gran Luz en el horizonte, dos nuevas personas se hicieron cargo del difunto y continuaron el camino hacia casa. Pasaron largos soles y cielos iluminados por los seres queridos que habían marchado hasta que finalmente llegaran a casa. Los ojos de todos los miembros de la expedición se abrieron y brillaron como cuando veían nacer a los niños del interior de sus madres. Egorj corrió una vez hubiera entrado en la aldea hacia su cabaña. Fue en ella, cuidando las tareas del hogar, donde su padre encontró a su hija. Fileoxos pudo observar de lejos el emotivo abrazo que se forjaron entre ellos los dos familiares. Fileoxos, al rato, también pudo disfrutar del enorme cariño que tenía con Lucy, y una mirada de complicidad y tranquilidad coincidió en sus miradas.
Fileoxos no estaba del todo tranquilo. Algo en su interior le hacía pensar que algo le faltaba, algo le preocupaba. Fue entonces cuando rápidamente salió de la aldea para cruzar el río y encontrarse con el Gran Anciano. Fileoxos vio la cabaña de lejos y una gran bocanada de aire llenó sus pulmones. Asió la cinta que reposaba en el exterior y se la enredó en los ojos. No tuvo que palpar en absoluto el escenario, pues ya lo conocía de antes.
— ¡Gran Anciano! Algo en mi interior ha conmovido mi corazón. Era algo que me llamaba para venir aquí, no sé el que. Una fuerza enorme que me dirigía en este camino, empezó hablando Fileoxos.
— ¿No entiendo? ¿Qué quieres decir con Gran Anciano? Acabo de entrar para pedirle consejo Gran sabio. Sólo usted puede ayudarme.
Fileoxos quedó absorto. No entendía nada de lo que estaba sucediendo. ¿Por qué le estaba diciendo Gran Anciano? ¿Por qué la voz se le notaba tan joven?
— Señor, no veo nada, replicó el desconocido. ¡Ayúdeme en mi camino!
Fue entonces cuando Fileoxos decidió quitarse de forma muy lenta la venda que le limitaba la vista. Fue en ese momento cuando lo entendió todo. Ese era su gran destino, y esa había sido su misión. Él era el nuevo Gran Anciano de la aldea. Se sentía enormemente satisfecho donde estaba. Sabía que podría ayudar a su aldea, y a los suyos.
RAPSODIA XVII
Al sol naciente del nuevo día, nadie preguntó por Fileoxos. Era como si todo el mundo supiera cual había sido su destino final. Cada hombre, cada mujer, cada ser vivo de la Madre naturaleza tenía un objetivo, un fin en su vida. Y ese había sido el suyo.
Fue un día de celebraciones. Los jóvenes salieron de caza por las cercanías de la aldea, pues el tiempo había empeorado mucho, y era mejor tomar precauciones. Algunas liebres y algo de salmón pudo ser recogido por los nuevos aprendices, que en poco tiempo se convertirían en el futuro de la aldea. Tras la celebración del simposio, las cenizas sirvieron para hacer algunas ofrendas a aquellos que no habían podido regresar a la tierra que les había dado la vida. Una ceremonia con cánticos y rituales en torno al fuego y al agua sirvieron como forma de limpiar la muerte de los difuntos, y conseguir que sus adnasi llegaron hasta arriba de las luces para convertirse en farolillos de la oscuridad.
Llegó la noche, y todo el mundo marchó a sus cabañas. Lucy salió fuera de la suya, como de costumbre. Pero esta vez fue muy diferente, pues su padre también pudo acompañarla. El frío que hacía durante esa noche sirvió para que los cuerpos de los dos pudieran estar mucho más cercanos. A Lucy le maravillaba ver esas luces de forma ininterrumpida, y a Egorj también. Permanecieron largo rato observando cómo había momentos que tenían más o menos fuerza. Lucy veía como toda una gran capa oscura rodeaba toda la tierra que estaba bajo sus ojos, y se preguntaba si en otra parte habría otra niña como ella viendo lo mismo.
— ¿Papa? ¿Crees que hay algo más detrás de todo esto? ¿Más lejos de donde vivimos y de dónde cazáis? A veces pienso que sí. Creo que sería injusto que algo tan enorme, tan increíble, y tan magnífico sólo podamos verlo y disfrutarlo nosotros. Espero que en alguna nueva salida de la Gran Luz, alguien se disponga a salir en busca de algo, del más allá, de lo que no abarcamos, de lo que se nos hace imposible y difícil. ¿Verdad Papa?
— Si hija, algún día, algún día.
Epílogo
Esta obra ha tratado de ser un canto a la naturaleza, a la vida, al ser humano y a la historia. Me he adentrado en lo más profundo del ser humano, en sus orígenes, en su naturaleza, y en la naturaleza misma de las cosas. Entendamos la naturaleza no como el arma del ser humano; sino más bien como la madre racional y lógica del ser humano, tanto el arcaico como el contemporáneo. Como ya adelanté, no he pretendido elaborar un complejo estudio arqueológico ni antropológico sobre los personajes que he creado, pues ni los conocí en vida ni pude comprobar con certeza lo que pensaban. Son solo entes imaginarios creados por mi necesidad y que he situado en un espacio tiempo a mi antojo y he manejado según las circunstancias del momento. Sin embargo, lo que si me he permitido, y gustosamente lo reconozco, ha sido ponerme en el lugar de estos seres humanos tan extraordinarios que supieron adaptarse a las situaciones climáticas y sociales de cada momento, supieron crecer, mantenerse y evolucionar. He manejado sus redes, sus diálogos y comunicaciones; he dado la vida, y también la muerte; he dado el silencio, y también el ruido. He querido y deseado construir esta historia, o mejor dicho, estos restos de la historia. Una historia que no aparece en las novelas, ni en los libros ni en las películas.
Entendamos como funcionaron estos héroes, que tuvieron tan poco, y que permitieron que hoy en día estemos donde estamos. Intentemos conocer nuestro pasado para construir un presente mejor, y un futuro algo mejor que el día a día que vivimos.
No es posible invertir la evolución, y sería absurdo destruir todo cuanto hemos conseguido. Seamos sensatos y lógicos, pues yo no podría estar ahora mismo escribiendo esto desde mi ordenador mientras motivo y endulzo mi pensamiento con algo de música. “Mientras no cambien los dioses, nada ha cambiado" (Título obra original de Rafael Sánchez Ferlosio, 1986)
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